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Crónica:VUELTA 2001 | Sexta etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un dúo extraordinario

Millar gana una espléndida etapa que permite a Botero volver a la lucha por la general

Carlos Arribas

David Millar es un artista imprevisible y genial. Insolente, la insolencia propia de unos 24 años muy vividos. Malta, Hong-Kong, Escocia, Biarritz. Un gran ciclista. Santiago Botero también es increíble. Los dos, el inglés aéreo, el colombiano rubio, son extraordinarios. Muy fuertes. Rompen todos los esquemas. También los tácticos. Son de los pocos ciclistas de la Vuelta que tienen capacidad para cambiar el curso de la carrera. Ayer lo mostraron de una forma bellísima y veloz con una especie de contrarreloj por parejas, en plan trofeo Baracchi, que sumió al pelotón en la duda y provocó el error del ONCE-Eroski y el Festina, que fue como si trabajaran para el enemigo. La Cangas-Torrelavega, una etapa que se pensaba sería un mero traslado físico, un día de transición con tres puertos de segunda, se corrió a casi 45 por hora y se transformó por el genio de dos ciclistas en un día señalado.

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A falta de 30 kilómetros, Millar y Botero se infiltraron en un corte organizado precisamente por un par de onces y un festina entre otros. El pelotón vivía entonces los coletazos de otra pelea interna, la que habían librado el Mapei y el Telekom, una pugna extenuante en la que los compañeros de Freire, con el generoso Cañada al frente, habían estado a punto de dejar sin posibilidades para el sprint a Zabel y su clan. Y mientras el Mapei tiraba la toalla, el Telekom volvía al pelotón y todos pensaban que hasta meta no quedaba sino tiempo para tomarse un respiro.

Zarrabeitia, picado por Íñigo Cuesta, decidió prender fuego a los últimos kilómetros. Allí entró Millar, y también Botero. Cuando se dieron cuenta detrás de lo que pasaba, ya era tarde; cuando el US Postal de Heras, el ONCE-Eroski y el Festina se organizaron, ya no había nada que hacer. Quedaban sólo seis kilómetros: Botero y Millar ya estaban solos, demasiado lejos.

Botero, el que pasó un mal día en los Lagos, recuperaba un minuto y volvía a contar para la general; Millar, que no es escalador pero que quiere convertirse en un ciclista grande, y no sólo en un especialista de las contrarreloj, encontraba razones para seguir creyendo en su futuro. Los dos lograron sus objetivos. Millar, de forma consciente, sabiendo lo que quería, con la seguridad del que ha planificado un gran golpe para el momento más inesperado; Botero, con la inseguridad de sus eternas dudas, siempre en la incertidumbre, sorprendente hasta para sus directores, que no sabían qué hacer con la situación. Fue un momento mágico: Millar, atacando a 800 metros de la cima de San Cipriano, la tachuela de tercera a 13 kilómetros de meta, era, transfigurado en el Miguel Induráin que, también en la víspera de una contrarreloj importante, aplanaba a sus rivales camino de Lieja en el Tour 95. Botero con él, sufriendo para no perderlo de vista en el ascenso, enlazando en el descenso. Pero Botero no era el Bruyneel de aquel 95 belga que se aprovechó del trabajo del navarro para ganar la etapa, sino otro corredor, un ciclista generoso e intuitivo que no sabía lo que quería.

¿En qué pensaba mientras daba esos relevos de caballo machacando, martilleando todo el desarrollo posible? ¿En la general, a donde vuelve para reforzar la tenaza con su compañero Sevilla? ¿En el triunfo de etapa? El colombiano intentaba que su director, Belda, desde su coche, le aclarara las ideas. Preguntaba por el transmisor, y le respondía el alicantino. 'A bloque, a bloque', le ordenaba el impetuoso Belda. Y luego se lo pensaba y le gritaba al oído: 'Resérvate, resérvate'. Y luego otra vez, 'a bloque' y de nuevo 'resérvate'. Hasta que acabó la etapa en una gran pista bautizada con el nombre de Óscar Freire, el gran ciclista de Torrelavega. Millar, más fuerte, impidió la remontada de Botero. A 58 segundos llegó el pelotón. Zabel estaba delante. Freire, un día más, fue incapaz de remontar.

El pelotón atraviesa un puente en el transcurso de la etapa Cangas de Onís-Torrelavega.
El pelotón atraviesa un puente en el transcurso de la etapa Cangas de Onís-Torrelavega.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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