Mil torres caídas
Era extraño verlo, ver cómo caían, una y otra vez, las Torres Gemelas de Nueva York, imaginar cómo se derrumbaban vía satélite en los ojos de millones de personas y se iban quedando en su interior igual que escombros inamovibles, porque ahora ya sabemos que esas cosas no se apagan nunca, se quedan dentro de ti, lo sabemos porque antes de esto vimos el asalto a la Casa de la Moneda, vimos bombardear Bagdad, vimos las llamas de Hipercor, la matanza de Tiananmen y otras hecatombes; por eso, cuando ayer mirábamos caer el World Trade Center estábamos viendo también el futuro, ya sabíamos que el 11 de septiembre del año 2001 era un kilómetro cero de nuestras vidas, ese punto en el que confluirán, con los años, muchas de nuestras historias: 'Fue el año en que tiraron las Torres Gemelas', le diremos a alguien. 'Conocí a Luisa un año después de que cayesen las Torres Gemelas'. 'Yo estaba en París cuando destruyeron las Torres Gemelas'.
Otra gente dirá que el World Trade Center se vino abajo en la Puerta del Sol, porque Telemadrid había instalado en la plaza una pantalla gigante para anunciar sus nuevos programas, y allí se reunieron cientos de personas para seguir la matanza en directo. Algunos de esos espectadores del apocalipsis habrán estado alguna vez en Nueva York, se habrán fotografiado junto a las torres y subido a ellas para contemplar el espectáculo de la extraordinaria Manhattan e ir reconociendo los sitios por los que habían estado: allí se ve Central Park, allí está Brooklyn, esos de ahí son Chinatown, Little Italia, el Soho, Harlem, y mientras dicen eso, repararán de pronto en que ahora ya no se puede contar así, ahora hay que cambiarle el tiempo verbal a esas frases: desde las Gemelas se veía Central Park, se veían el Soho, el puente de Brooklyn, Chinatown. Otros, desde la Puerta del Sol o desde cualquier otra parte de la ciudad, habrán levantado la vista hacia nuestras propias torres, algunos quizá sepan que, de hecho, la Torre Picasso de Madrid fue creada por el mismo autor de las Torres Gemelas, el arquitecto Minoru Yamasaki, y hayan leído con temor estas líneas del editorial de EL PAÍS: 'lo que ha pasado en Estados Unidos puede repetirse en Europa, ya que el factor de emulación del terrorismo (...) es muy grande en un mundo mediatizado'.
Es difícil mirar, por ejemplo, la Torre Picasso y no recordar eso, el factor emulación, no asociarlo con esa otra frase de moda que habla del efecto dominó y, finalmente, no tener la pesadilla de una torre cayendo tras otra a lo largo del planeta, primero el rascacielos Jin Mao en Shanghai, luego las Torres Petronas de Kuala Lumpur, las Torres Sears de Chicago, el Empire State, la Puerta de Europa en Madrid. Vivimos en un mundo global y los asesinos quieren cometer crímenes globales. Da un poco igual dónde hayan caído las torres, porque éste es un asalto a todos, un homicidio que salpica a cualquiera capaz de conmoverse hasta el límite al ver a esas personas inocentes que pedían socorro agitando un pañuelo desde las ventanas del World Trade Center, esas personas que se arrojaron al vacío antes de ser devoradas por las llamas. Pedían socorro con su pañuelo blanco a todo el planeta, vía satélite, pero nadie pudo ayudarlas. No sé qué pensarán de todo esto los que aseguraron que la paz del mundo se basaba, precisamente, en lo que llaman 'el equilibrio del terror', porque, como se ha demostrado, los visionarios no le temen a nada y no existen escudos contra el fanatismo.
Cuando los japoneses atacaron Pearl Harbour, alguien describió ese día como 'el instante en el cual lo imposible ocurrió'. El ataque canalla contra Nueva York y Washington pasará a la Historia como el día en que la realidad se convirtió en otra cosa y cambió de sitio. Lo que ayer ocurrió, antes sólo pasaba en los tebeos, en las películas de catástrofes y de guerras atómicas, en los libros de ciencia-ficción.
Ahora, los malvados dementes de Gotham han cruzado la raya, están aquí, en la misma mitad que nosotros, y no tenemos ningún Batman para detenerlos en el último instante, cuando la bomba estaba a punto de estallar. Desde aquí, desde las torres de Madrid, se ve tan claro como desde cualquier parte. Esto es la realidad, pero ya es otra cosa.
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