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VISTO / OÍDO
Columna
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Dignidad, honor, conciencia

Rezuma amor al ser el libro que publica Cándido, Qué es la dignidad. Alguna vez conversamos sobre ese tema, y mi posición es más radical: dignidad, honra, honor son creaciones del amo para convertir la persona en esclava de sí misma y su sociedad. Ayer toda la prensa destacaba que la acusada de pagar para matar a su marido había ejercido la prostitución. ¿Y qué? Pues que la prostitución se considera sin honor. Sus padres lo confesaban entre lágrimas: son los transmisores de las virtudes de la sociedad desentendiéndose de no haber sujetado a su hija. Los grandes no tienen esas retenciones: los obispos cobran impuesto revolucionario a los profesores de religión, éstos no cumplen los valores en los que adiestran, un subgobernador visita las casas de masajes de unas emigradas a las que ha concedido beneficios de documentación, un ministro alemán juega en la piscina con su amante, los jefes morales del anticastrismo se llevaron el dinero de Sintel, la vergüenza de Gescartera, la que da Gil.

Por el caso del gobernador masajeado sabemos que la Guardia Civil fotografiaba a los clientes de esa casa, como si eso fuera digno. ¿Por qué ellos, y jueces y obispos y moralistas nos pueden obligar a tener una ética? Para su beneficio. Pero si la perdemos todos, ¿qué será de todos? ¿No necesitamos un pacto? ¿No debía ser cierta la democracia, que en su origen y en sus declaraciones humanas mantenía dignidad y ética propias, pero que han sido robadas por sus falsificadores?

Hacia esa última línea me parece que está Cándido en su libro de filosofía y moral, nutrido de sabiduría. Recuperar la dignidad del individuo, pero dentro de unas asociaciones cuyo ideal estaría en la utopía, tan estudiada por este Carlos Luis Álvarez, cuyo seudónimo del ingenuo de Voltaire le ha ido creando carácter: la reivindicación de esa cualidad como derecho y no como mandato, divino ni legal. Si Cándido y yo hubiésemos mantenido nuestra dignidad íntegra en tantos años, habríamos muerto de inanición. Mi astucia ha sido unos arreglitos: meter pequeñas frases en las mentiras que escribía; jugar con firmas y seudónimos para la mejor dignidad, o para escapar de la ignominia; inventar un lenguaje paralelo para decir mi verdad. Arreglos de conciencia: ¿no es la conciencia una obligación impuesta por la religión como aliada del orden para premiarme mi mentira, mi servicio, mi esclavitud?

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