Jardiel
Los escenarios madrileños celebran a Jardiel Poncela, comediógrafo como se decía antes, novelista y, sobre todas las cosas, humorista. La celebración viene esta vez por la burocrática costumbre de las efemérides, porque a los burócratas de la cultura, más burócratas que cultos, les tranquilizan los números redondos de los centenarios y encuentran en la aritmética una fórmula para aplicar una justicia burocrática, desapasionada y acrítica. Como en un sorteo de la lotería, cuando las últimas cifras del año, o aún mejor del siglo, del nacimiento o del fallecimiento de algún autor relevante, de los que salen en las enciclopedias, coinciden con las del año en curso, los burócratas cantan bingo y financian con más o menos generosidad homenajes y montajes de sus obras, a cargo de productores, adaptadores y dramaturgos que hicieron del calendario una herramienta de trabajo.
A Jardiel le celebra hoy la derecha municipal en sus teatros como uno de los suyos, que lo fue para su desgracia, pues, como dicen que dijo su colega, Wenceslao Fernández Flórez, tendrían que llegar los suyos, los de Franco para empezar a prohibir o a silenciar sus obras más heterodoxas. En la ortodoxia nacional sindicalista, un lóbrego y despoblado cajón de sastre, no cabían los humoristas, ni siquiera los suyos; ser español era una de las cosas más serias que se podían ser en el mundo y había que tener mucho cuidado con las bromitas.
Individualista, escéptico, cáustico y dotado de una visión irónica y amarga sobre el género humano, Jardiel Poncela concluía el contradictorio y atrabiliario prólogo de una de sus personalísimas y heterodoxas novelas La tournée de Dios con estas definitivas palabras: 'El Autor (enjugándose las lágrimas). -En resumen, señores, ni contra las derechas ni contra Dios. De ir contra alguien este libro va contra la Humanidad'.
Las derechas en las que se inscribían Fernández Flórez y Jardiel Poncela también habían perdido la guerra. Sentado en un café de Recoletos con la pluma, las cuartillas, unas tijeras y un frasco de goma arábiga, el autor escribía sus ácidas comedias que chocarían muy a menudo con una crítica vetusta y adusta, adicta a don José María Pemán, a don Eduardo Marquina y a Benavente, con reparos. La crítica de derechas, la única crítica con acceso a los periódicos, no entendía, ni quería entender, salvo raras excepciones, su tendencia al disparate y al absurdo y encontraba reprobable el sustrato moral de sus comedias. La crítica de izquierdas en sus clandestinos conciliábulos despreciaba su teatro, entre otra cosas también por motivos morales, afectada por otro tipo de puritanismo no menos estrecho de miras. Para la derecha era demasiado moderno y para la izquierda demasiado burgués y para unos y para otros un personaje incómodo y difícil de ubicar, y cuando alguien escapa de las clasificaciones y de las identificaciones, lo mejor es borrarlo de cualquier lista para no crearse quebraderos de cabeza.
En este país sólo se toma en serio a los humoristas a la hora de prohibirlos, y sólo se reconocen sus méritos a título póstumo. A don Francisco de Quevedo y Villegas le llovieron los abusos por denunciarlos y a don Miguel de Cervantes le molieron los huesos y el alma pues, aunque correspondieran con floridas dedicatorias a sus nobles mecenas, ni siquiera éstos se fiaban de ellos. El tiempo embota los aceros aunque no los ingenios, Quevedo está tan muerto como sus rivales, pero sentir lo que se dice y decir lo que se siente sigue estando mal visto y aún más si llega con la envoltura del humor y del sarcasmo.
En los acerados prólogos de las ediciones de sus comedias, Jardiel arremetía contra sus críticos y al hacerlo alumbraba algunas de sus mejores piezas cortas, un género menor, en el arte menor del humor, un género del que el escritor madrileño fue un consumado maestro y dejó una profusa y dispersa muestra miscelánea.
En una de sus introducciones, Jardiel escribía que en una comedia hay que repetir tres veces las cosas, la primera vez para que se enteren los actores, la segunda para se entere el público y la tercera para que se enteren los críticos. Tal vez se quedó corto.
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