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"¡Esto es el segundo Pearl Harbor!", claman testigos del ataque a Washington

La capital estadounidense vivió momentos de incredulidad y pánico tras los atentados

"Todo es un inmenso caos. Esto nos ha golpeado en toda la línea", reconoció impotente una mujer que trabaja en el centro regulador de tráfico de la capital estadounidense, tras la confusión y el desorden generados en Washington después de que un avión se estrellase contra el Pentágono, el corazón del sistema de Defensa de Estados Unidos. 'No puede ser', era una de las frases más repetidas por los vecinos de la capital en los que se reflejaba a la vez la incredulidad y el pánico por el mayor ataque terrorista sufrido por EE UU en toda su historia.

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'Vi claramente la cola de un avión que volaba a baja altura y que se dirigía directo hacia el Pentágono'. Un periodista de una emisora de radio local fue uno de los primeros testimonios que confirmó que la explosión registrada en el Pentágono no había sido fortuita.

'Pude sentir cómo se estremecía el edificio', señaló el capitán de navío Charles Fowler, que estaba en el Pentágono preparando un discurso para el jefe del Estado Mayor conjunto, el general Henry Shelton. 'Supe inmediatamente que había sido una gran explosión. Agarré la gorra y el abrigo y salí corriendo'. Fowler explicó que no sonó ninguna alarma, pero que la evacuación del Pentágono había sido 'ordenada'.

Al otro lado del río Potomac, a unos 300 metros de la sede de la Defensa de EE UU, Javier Sierra, un periodista español, tomaba café en una terraza cuando oyó el ruido de motores de avión. 'Fue muy breve, después hubo una terrible explosión cuya onda expansiva sentí en el pecho. Me asomé y vi una enorme bola de fuego naranja y humo negro que se levantaba sobre el Pentágono'.

Tras la explosión, y con las alarmantes noticias que llegaban desde Nueva York, el pánico se adueño de la ciudad. Camiones de bomberos y ambulancias atravesaban a toda velocidad la ciudad, mientras miles de trabajadores de Georgetown se agolpaban en las azoteas para observar la inmensa columna de humo negro. 'La policía militar, el servicio secreto (los edificios de las proximidades del Pentágono albergan gran cantidad de oficinas federales y militares) comenzaron a acordonar la zona. Poco a poco decenas, luego cientos de personas evacuadas empezaron a llegar a donde estábamos nosotros', prosigue Sierra. 'El terror en las caras, las líneas de teléfonos móviles bloquedas, los agentes del servicio secreto corriendo con pistolas en las manos, la escena parecía sacada de una película de Hollywood'. 'Esto es un segundo Pearl Harbour, no creo estar exagerando cuando lo digo', señaló el senador republicano por Nebraska Chuck Hagel.

Momentos después, en los aparcamientos de Washington comenzaban a formarse largas filas de vehículos. Los empleados de casi todas las oficinas del centro habían decidido abandonar su trabajo y volver a casa. Todos con la radio encendida, por lo que no tardaron en enterarse de que la Casa Blanca había sido evacuada. 'Han dicho que la Casa Blanca estaba siendo atacada y he querido venir para verlo con mis propios ojos', declaró Kack Valenti, un veterano oficinista de Washington, mirando la residencia presidencial desde el extremo de Lafayette Park.

Los coches colapsaban las calles y los autobuses escolares devolvían a sus hogares a los niños después de que las escuelas decidieran cerrar. 'Es algo sobre lo que siempre habíamos bromeado, ya que trabajamos frente a la Casa Blanca, pero ahora da miedo', reconoció Anthony Riker, un trabajador que se había concentrado con otras decenas en Farragur Square.

El presidente George Bush estaba en Florida cuando ocurrieron los ataques y el pánico cundió rápidamente en Miami ante el temor de que el siguiente atentado se fuera a producir en este Estado. Los gobiernos locales decretaron la alerta máxima y la población, asustada y desconcertada, se atrincheraba en sus hogares y centros de trabajo pendiente de las pantallas de televisión.

Todos los edificios del Gobierno federal y los tribunales se evacuaron en todas las ciudades de Florida, al tiempo que se multiplicó la presencia policial en las calles y se activaron los servicios de emergencia. En Miami, muchas de las empresas de los rascacielos del centro de la ciudad permitieron a sus empleados que se fueran a casa. La mayoría de los colegios cerraron a media mañana, así como varias universidades y el centro de recreo más famoso del mundo, Disneyworld.

'Es la tercera Guerra Mundial', 'Es una declaración de guerra a las democracias del planeta', repetían los oyentes que llamaban a la radio en busca de explicaciones. La vida cotidiana estaba paralizada por la confusión y el miedo.

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