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Columna
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¿Liberal?

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Se critica al presidente del Gobierno porque se niega a contestar preguntas concretas sobre el caso Gescartera y se limita a decir que la actitud liberal en política hace imposible la corrupción. Estaría bien que contestara las preguntas, pero hay que admitir que es interesante reflexionar sobre la relación que existe entre liberalismo y corrupción. Aún más, el presidente tiene razón en la proposición central de su discurso, esto es, que en aquellos países donde predominan los usos y tradiciones liberales, hay menos corrupción que en aquellos dónde los gobiernos quieren controlarlo todo. El análisis comparado respalda la tesis de que allí donde los gobiernos usan el boletín oficial para favorecer a unas empresas y perjudicar a otras, allí donde se barre a los opositores de la Administración y de los órganos independientes, es más fácil que surja la corrupción, el tráfico de influencias o el favoritismo.

El error en la argumentación del presidente no está en su proposición central, que es correcta, sino en el camino que sigue en sus deducciones. Su lógica es que, puesto que el PP es liberal y la corrupción o el tráfico de influencias no es posible bajo el liberalismo, hay que deducir que lo que ha sucedido y todos los medios han publicado, no ha sucedido. Lo que todo el mundo ha visto, el trato especial y privilegiado por parte de autoridades que tenían a su cargo la supervisión o la persecución de la evasión fiscal, debe ser un espejismo porque su lógica muestra que es imposible.

La irritación que produce la conclusión del presidente -que diga que el PP es incompatible con lo que la gente está viendo que es compatible- no debe llevar a atacar su proposición central. Su argumentación falla en el camino seguido en la deducción, que debería haber sido el inverso: dado que cuando se aplica una política liberal no es posible el uso de influencias y el trato de favor, si éste se ha producido, hay que deducir que el PP no ha aplicado prácticas y usos liberales. Si se hace la deducción en el sentido correcto, lo que debería cambiar en España no es la percepción de la gente sino la política aplicada.

El problema de la política económica del PP, tanto en este caso como en otros, no está en lo que dice como en lo que hace. La política de privatización no se ha hecho, como hizo la liberal Thatcher, para separar las empresas del Gobierno sino que se aprovechó para colocar a sus próximos, rodearles de blindajes y utilizar el BOE para mantener e incluso reforzar los monopolios. La política de defensa de la competencia no ha ido en el sentido del liberal Blair, de apartar al Gobierno de su aplicación, sino en el de aumentar aún más su control desde el Gobierno. El nombramiento de los miembros de la CNMV y de otros órganos independientes no se ha hecho siguiendo la tradición liberal que obliga a justificarlos al Parlamento y prohibe que el partido en el Gobierno controle el 100% de los nombramientos.

La reflexión general sobre la importancia de los usos liberales debe llevar a revisar el sistema de nombramiento del Consejo de la CNMV. Pero esa reflexión general debería servir también para revisar la política de protección de los monopolios privatizados y la de blindaje de los gestores del PP, o para revisar la política por la cual la mayoría de los funcionarios que no piensan como el partido del Gobierno son situados en los niveles mas bajos de la Administración. Si no se cambian estas políticas -nada liberales- aparecerán más escándalos. Si el presidente cree sinceramente en su proposición central, debería aplicarla. Debería abandonar la política actual por la cual el PP no solo controla el Gobierno -lo cual es lógico porque para ello ha ganado las elecciones- sino que somete a sus intereses a las empresas, a la Administración (no confundir con el Gobierno) y a las Agencias independientes. Lo malo es si se piensa, como dijo Cuevas con gran desparpajo, que la idea de que el Gobierno no lo controle todo, es una milonga. Lo malo es creer que la actitud liberal es una buena idea para incluir en los discursos pero es una ingenuidad ponerla en práctica.

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