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CARTAS AL DIRECTOR
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El Príncipe y Eva Sannum 1

Ya llevo varias semanas con el gusanillo republicano a vueltas. Yo, que hasta la fecha (y pese a mi inclinación de natural republicana) no había cuestionado la Monarquía -entre otras cosas porque desempeñaba su función impecablemente-, me sorprendo a mí misma dándole vueltas a esta posible boda del Príncipe con la noruega. Comprendo que el chico esté enamorado, etcétera, pero es que a mí la Sannum no me gusta y, francamente, así a simple vista, no la querría como reina. Y el hecho de que el vigente orden constitucional ampare -y legitime- la imposición de una reina que no quiero (y cuya legitimidad no derivaría de ninguna regla democrática de la mayoría, por lo demás la única aceptable) me lleva a pensar si no sería mejor una república, con un presidente elegido por sufragio universal, y sujeto a los cambios de opinión del electorado, y no esta institución monárquica que tenemos, que, mientras funciona bien, todos -o casi todos- contentos, pero que, si va mal, no hay quien lo cambie. Y es que son muchas las cosas en juego.

Vayamos por partes. A mí no me gusta Eva Sannum por dos motivos que, en orden decreciente de importancia, son: primero, porque no es una profesional del ramo (entiéndase, princesa profesional), y segundo, porque no es española (de tener que apechugar con una reina aficionada, por lo menos que sea del país). Y, siendo esto así, lo que menos me gusta de todo es que una decisión que me concierne personalmente la tenga que tomar otro, máxime si sospecho que atenderá a razones que probablemente muy poco tengan que ver con la conveniencia del Estado. Ciertamente es mucho suponer que el interesado -guiado por el natural egoísmo de quien ama- esté dispuesto a renunciar a su enamorada por razones de esa índole. Por otro lado, su carácter de Príncipe no le dota de infalibilidad en el juicio -mucho menos en su actual condición de enamorado-. Cierto que recibirá el consejo y aviso de sus padres los Reyes, pero la decisión última reside en él. El caso es ¿y si se equivoca, cómo se arregla el entuerto? Porque me resisto a pensar que la cosa no tendría arreglo, aunque, Constitución en mano, no se me ocurre de qué manera. Quizá es que una cierta dosis de autoritarismo es inherente a la institución monárquica, y, como nos pareció bien un rey en un momento histórico dado, ya nos tienen que parecer bien todos los que de él desciendan. Mmmmm.... No sé, no sé. Va a llevar razón este amigo mío, quien, preguntado por su opinión sobre el particular, respondió sin dudarlo: '¿La boda del Príncipe con Eva Sannum? Muy conveniente para la república'.

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