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Columna
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El rebote de la 'bimba'

No sabría precisar cuándo fue, pero recuerdo con detalle la primera vez que mi padre escuchó en una retransmisión de Puyal la palabra bimba. De repente, se le iluminó el rostro y exclamó. 'La bimba! Des dels temps de can Culapi que no sentia aquesta paraula!'. Can Culapi, o sea, los Escolapios de Balmes: había estudiado allí entre 1926 y 1931. La bimba que Puyal evocaba -a finales de la década de 1970, diría- había tardado casi medio siglo en rebotar contra su horizonte lingüístico. Mi padre utilizaba un catalán de antes de la guerra, trufado de frases hechas y expresiones voluptuosas como 'et fotaré un clatellot que la paret te'n tornarà vint-i-cinc', aunque la verdad es que nunca llegamos a las manos. Recuerdo que una vez contó sorprendido que de un tiempo a esa parte había notado que, cuando llegaba a la oficina a primera hora de la tarde y saludaba a la gente con su habitual 'bones tardes', obtenía por respuesta un seco y reprobatorio 'bona tarda'. No hace mucho leí en las memorias de Fabià Estapé que esa era la prueba a la que el eminente filólogo Joan Corominas sometía a quienes aspiraban a ser sus colaboradores. Ni que decir tiene que los candidatos convencidos de que el saludo correcto después de comer era bona tarda quedaban automáticamente excluidos.

Pero no era para hablarles de mi padre que yo les escribía, sino de mi hijo. Tampoco sabría precisar cuándo le oí pronunciar por primera vez la palabra bimba, pero sí que reclamaba a gritos a un jugador que se la pasara de una santa vez a su ídolo, Lo Pelat, de modo que ustedes mismos pueden calcular. No les ocultaré que el uso de la palabreja por parte de aquel mocoso me provocó un tremendo ataque de celos. De repente vi claro que entre aquel niño de can Culapi de los años veinte y ese otro que se excitaba ante la pantalla de los noventa había un periodista... ¡pero ese periodista no era yo! Sentí que esa bimba me había pasado por encima limpiamente, saltando de una generación a otra sin que yo ni la oliera. Mucho talento se necesita para que niños tan alejados uno del otro compartan lenguaje. El talento de Joaquim Maria Puyal.

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