Al fin, la fiesta
No es que le vaya a uno hacer crónicas autobiográficas (antes al contrario) pero a veces la experiencia es tan elocuente que merece la pena contarla. Por ejemplo, la vuelta a casa; este reencuentro con la plaza de toros de Madrid, donde un servidor y quienes allí estuvieran pudieron vivir la fiesta, al fin.
Tras el largo periplo por esos mundos de Dios, dos meses de una a otra feria, corridas de carteles rematados o sin rematar, modernas plazas cubiertas e incómodas plazas sin cubrir, coloquios, fuerzas vivas, presión social, montajes y propaganda, hubo que regresar a Madrid para ver la auténtica corrida de toros.
Y eso que se trataba de novillada. Pero siendo novillada tenía más verdad y seriedad, más interés y emoción que todas cuantas funciones haya presenciado uno durante dos meses por esas plazas de Dios.
Ruiz / Paulita, Duarte, Martínez
Novillos de Juan Antonio Ruiz Román, con trapío, bien armados, encastados, de juego desigual. 3º y 6º derribaron; 5º, inválido. Paulita: estocada, descabello -aviso- y descabello (silencio); pinchazo y estocada (silencio). Curro Duarte, de La Línea de la Concepción, nuevo en esta plaza: dos pinchazos, estocada perdiendo la muleta -aviso- y cuatro descabellos (silencio); dos pinchazos, estocada corta perpendicular atravesada perdiendo la muleta, tres descabellos -aviso-, dos descabellos y se echa el novillo (silencio); pasó a la enfermería. Sergio Martínez: estocada ladeada -aviso- y dobla el novillo (escasa petición y vuelta); estocada trasera ladeada y rueda de peones (oreja). Enfermería: asistidos Duarte de cornada en un muslo, dos trayectorias, de 15 y 10 centímetros; el picador El Chispa, derribado por el 6º, de contusión lumbar, y Martínez, de herida incisa en un dedo. Los tres de pronóstico reservado. Plaza de Las Ventas, 2 de septiembre. Un tercio largo de entrada.
La novillada de Juan Antonio Ruiz (Espartaco en el oficio taurino) salió con trapío, desarrolladas cornamentas, unos astifinos pitones que ni fotografiados se vieron en esas ferias de postín, y la casta propia de la especie.
Hubo novillos mansos y también bravos. Y hubo novillos flojos, mas predominaron los fortachones, dos de los cuales tuvieron lo que hay que tener para derribar estrepitosamente las plazas montadas.
El sexto derribó a la antigua usanza. Es decir, que se arrancó al caballo desde la distancia, metió abajo la cabezada mientras El Chispa le tiraba la vara en lo alto, apretó a puro riñón, llevó en vilo el caballo hasta la barrera y allí lo derribó provocando que el picador se pegara un tremendo porrazo contra las tablas.
Emoción trajo la novillada, aunque no sólo por su encastada seriedad sino porque los espadas dieron la adecuada réplica practicando con entusiasmo y valentía un toreo ortodoxo.
Los novilleros, pues, estuvieron asimismo a la altura de Madrid. Aquí no valía andarse con frivolidades pintureras o trucos tremendistas que encandilan a las galerías. Aquí era preciso torear y torearon los tres, cada cual según su estilo y su experiencia que -naturalmente- no podía ser mucha en el mejor de los casos.
Nadie se inhibió y si los espadas incurrieron en defectos a lo mejor se debían a la mala escuela que han impuesto ciertas figuras. Un caso fue Paulita, torerísimo por derechazos y naturales, aunque cortaba las tandas, según la moda. Le correspondió un bonancible primer novillo, otro que se aplomó después de haber embestido con nobleza y ambos los muleteó pundonoroso.
Clase de torero bueno se le apreció al debutante Curro Duarte con sendos novillos que punteaban y lo llegaron a coger. El toreo de parar, templar y mandar ensayó Curro Duarte, y se llevó una cornada.
Novillos poderosos le salieron a Sergio Martínez y los lanceó con gusto, tiró largas cambiadas de rodillas, le dibujó un precioso quite por faroles al tercero, realizó faenas enjundiosas, a veces ligando sin trampa ni cartón. Y cortó una oreja, que es un triunfo. No por ahí, donde las regalan, sino en Madrid, quizá el último reducto de la fiesta verdadera.
Babelia
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