No tiene desperdicio
Se estrenó hace pocos años por Juan Echanove, que hacía una creación de este personaje de tres o cuatro fondos: lo interiorizaba y lo analizaba. Gustó en toda España. Este cerdo de corazón humano lo hace ahora Francisco Maestre y da otra vida al personaje y una exteriorización mayor. Se le añaden algunas palabras para actualizarlo -en torno a la electrónica- y algunas acciones más directas: el cubo de agua hacia los espectadores o el repetido arrojamiento de botellas de plástico, naturalmente inofensivas pero que dan susto y risa.
Francisco Maestre es un actor que siempre ha de recibir elogio, y que si explota su figura pesadota y cómica es siempre a favor de un buen papel que hace bien. Acabamos de verle en Las alegres comadres de Windsor, de Shakespeare, también aproximada hacia el público; ahora, este Cerdo del francés Raymond Cousse le gana de nuevo aplausos juveniles y alegres en una sala adecuada para ese público y esta versión.
El cerdo
De Raymond Cousse, traducción de Xavi Puerta. Intérprete: Francisco Maestre. Dirección: Ortega y Obregón. Teatro Alfil, Madrid.
La obra es, sin embargo, una tragedia. Cousse, apadrinado por Ionesco y por Beckett, la publicó primero como novela, luego la interpretó él mismo en París, de donde se proyectó hacia el mundo. No cesa. En París hay anunciada una representación de Jean Luc Bideau para el año próximo. Cousse contaba que aprendió el teatro como bombero de servicio, el que en todos los teatros franceses vigila la seguridad contra incendios. Se suicidó en diciembre de 1991, a los 49 años.
Ciudadano del mundo
La tragedia en escena es ésta: el personaje es un condenado a muerte. Ha aprendido en su celda, o su cochiquera, cuáles son los síntomas que deben advertirle de que la hora ha llegado. Como en el viejo tópico, ve su pasado completo: desde que se revolcaba en el cieno verdadero y comía las auténticas bellotas en los paseos por el campo hasta cuando desaparece el pienso artificial en las últimas doce horas para que músculo y grasas se distribuyan como conviene durante ese breve ayuno.
Ese ciudadano del mundo denuncia sus injusticias, explica sus indignaciones y sus intentos de cambiar el destino, la revolución imaginaria de todos sus congéneres. Pero este ciudadano es un cerdo: el animal del que nos reímos siempre.
El autor pone ironías en el texto, al que los versionistas de ahora añaden gracias y pequeños efectos. Cada vez que tratamos de reconocernos, como abocados a la muerte que estamos, lo risueño aparece y la interpretación de Maestre nos hace reír. Risas recibió; y ovaciones y gritos de entusiasmo al terminar la breve obra.
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