Absurdo
Los puentes de Santiago Calatrava me producen la impresión de querer expulsar a los viandantes. Están hechos para el automóvil y, por favor, corran los visillos, que ya es bastante cruz soportar vehículos con carga de carne y hueso. Alados, gráciles, (¡?), disparados hacia el tiempo y el espacio, hacia la infinita frialdad.
He estado en algunos grandes hoteles antiguos en los que una ocasional cucaracha transitando por la tapicería o por el suelo, no desentonaba. Fue en Nueva York. Yo mataba una espera tomando algo en la barra de uno de esos hoteles y a mi lado se sentó un señor viejo, alto y elegante que resultó ser Cary Grant. Le sirvieron no sé qué y poco después se oyó un zambullido: una cucaracha desprendida del alto techo se agitaba aturdida en el aperitivo del actor. Le sirvieron otra copa y no hubo aspavientos. Una cucaracha deambulando por un espacio a lo Calatrava sería una intolerable intromisión de la biodiversidad.
'A este paso, en Barcelona no se podrá comer callos', dice el colectivo catalán de arquitectos Pilar Prim. Ni en Barcelona ni en ciudad alguna, apostillo. Tabernas adorables en cálidos rincones urbanos, adiós. El hoy es gente que corre entre el estrépito, funcionalismo que ni siquiera funciona, insipidez, humos, ruidos, fealdad y espectacularidad.
Nos han birlado la ciudad antes de hora. Tanta artificiosidad, tanta geometría que nos deja inertes. Si las pidiera un clamor. Pero es oferta que precede a la demanda; a muy poca gente le agradaría vivir en el entorno de un filme futurista. Eso es lo que fastidia de veras.
La Brasilia que vemos en documentales es un horror sólo apto para arquitectos que sueñan a nuestra costa. El arte al servicio de la ingeniería, no a la inversa. Sin nuestro asentimiento. Una arquitectura para la que somos fósiles.
Al futuro por el racionalismo más hortera. Es el trayecto.
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