PRENDA
El mes pasado, el diseñador gráfico Claret Serrahima declaraba que suele hablar con las judías que él mismo cultiva. Podría parecer una secuela del pasado de Serrahima como empresario hotelero de la noche barcelonesa de los ochenta, pero se trata más bien de una afición que conecta con una tendencia que triunfó a finales de los sesenta y que consistía en hablar con seres de otros reinos. No sólo con extraterrestres venidos de galaxias psicotrópicas, sino con perros, gatos, peces, hámsters o moscas cojoneras (por cierto, ¿qué espera el lobby feminista para denunciar esta denominación sexista?). No contentos con el diálogo interanimal, los gurús de las tan cacareadas virtudes de la comunicación global empezaron a charlar con sus geranios y con los pedruscos que sus hijos, esclavos de la pedagogía de la plastilina, traían de la escuela. Serrahima no hace más que llevar la tendencia a tal punto que, aunque uno pueda descuajeringarse de risa al imaginarle charlando con sus judías, está preservando una tradición. No es el único. Mañana, las páginas lilas del The Chatanooga Daily News contarán la historia de Desirée Sborrami, dueña de una tienda de lencería de baño, que sostiene que, antes de ponerse el bañador, conviene hablarle. Según ella, los efectos no sólo son beneficiosos para el traje de baño, sino también para el usuario, que comprobará que la piel de la zona cubierta se vuelve más suave si, antes de ponerse el bañador, se le dedica un minuto (hay que ser breve) de comunicación verbal. Lo que no queda claro es si, en caso de que sea un biquini, uno debe repartir el discurso entre el sostén y la braguita por separado. En cuanto a qué clase de monólogo hay que mantener con la prenda, estaría bien prevenirla del efecto que puede producir. Esos bañadores que, con rápido gesto de los dedos recorriendo la cresta ilíaca, las mujeres resitúan en su lugar correcto al salir del agua, o esos biquinis que, en teoría, se desabrochan para lograr un bronceado uniforme, deben de estar avisados de las alegrías que pueden llegar a dar. Algunos hombres, por ejemplo, observarán que, una vez seco, su bañador presenta manchas amazacotadas causadas por el escape de algún fluido corporal. Es evidente que si sumamos los minutos que debemos dedicar a hablar con el perro, los geranios, las piedras y los bañadores, no nos va a quedar tiempo para hablar con los humanos. Lo cual no deja de ser una buena noticia.
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