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Columna
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Lejos de Arzalluz

Aún en el reino de la luz, respiro el perfume el galán de noche, una invitación a permanecer bajo las estrellas. Poco más allá, son los jazmines los que me convocan, y si no fuera por todos estos aromas del cuerpo de la noche, de su sudor oscuro, yo diría hallarme en la antesala del Paraíso: vísperas de la luz, de la luz pura. Y leo en el libro de Stephen Koch sobre Willi Münzenberg, El fin de la inocencia, lo siguiente sobre los propósitos de aquél: 'Quería esparcir la sensación, como una ley de la naturaleza, de que criticar en serio o desafiar la política soviética era prueba inequívoca de ser una mala persona, intolerante y posiblemente inculto, mientras que apoyarla era prueba infalible de poseer un espíritu progresista, comprometido con todo lo que era mejor para la humanidad, sin duda marcado por una sensibilidad refinada y profunda'. El cuerpo de la noche se expande y veo su pecho de estrellas.

Y lo logró, quiero decir Willi Münzenberg, aunque sospecho que a estas alturas ustedes se habrán preguntado qué narices tendrá que ver esa perorata con el aroma del galán de noche y si no me habrán trastornado las estrellas. Pues no, miren, y es que aquí llegan además otros aromas, florales también, aunque no sean estrictamente vegetales. Llegan, y no creo que esto les sorprenda, las palabras de Xabier Arzalluz, y las palabras sobre sus palabras. Toda una retahíla que no sé si pasa de ser un derroche inútil, porque estoy casi convencido de que las palabras de ese hombre no merecen tanto desgaste. Hace tiempo que habla sólo para su parroquia como un botafumeiro ideológico que tratara de mantener, si no la moral, sí al menos el socavón del orgullo. El orgullo de que somos los mejores, y el socavón de que si no lo parecemos es porque no nos dejan. Ese es, en definitiva, el meollo populachero de la doctrina nacionalista y Xabier Arzalluz no hace otra cosa que arrojarle combustible. De lo que se hace mal, llámese coordinación de las fuerzas de seguridad o renovación de la red viaria, siempre son responsables los otros. Un vasco jamás podrá hacer una cosa mal, primer mandamiento del credo nacionalista y fundamento supremo de su viabilidad. Es de lo que se encarga de recordarnos Xabier Arzalluz. Y los vascos, por supuesto, son ellos.

Esa convicción es fundamental para que el invento funcione. Si nosotros somos los mejores, sobra ya cualquier argumento, y en todo conflicto o disensión la razón habrá de estar siempre forzosamente de nuestra parte. Es la gran baza de los nacionalismos sobre la Administración central, que saldrá siempre vilipendiada en todo desacuerdo. Por fe, sin que haya nunca necesidad de sopesar los argumentos. Y estará también de más cuestionar la eficacia de nuestro Gobierno, que siempre será mejor que cualquier otro en tanto que nuestro y por ello mismo inmejorable. Lo que puedan hacer otros, es decir los que no son nosotros, aunque también sean vascos administrativamente, estará de entrada bajo sospecha de que pueda mejorar lo que hacen los vascos de verdad. Es ese fondo fideísta, ese narcisismo de necesidad, el que alimenta periódicamente Arzalluz, aunque para ello tenga que entrar en contradicción con las intenciones declaradas del Gobierno que sustenta su partido. Pero el motor es el motor, y el resto son coyunturas que una máquina bien engrasada sabrá aceptar sea cual sea el rumbo que adopten. Ciega fe. Un lejano universo para los incrédulos.

Y bien, qué tiene que ver Willi Münzenberg con todo esto. Nada y mucho. Si seguimos con el libro de Stephen Koch, leemos: 'Münzenberg fue el organizador invisible de una modalidad política, indispensable en una cultura de oposición al sistema, que podríamos llamar la Política del Bien. La misma frase, 'clubes de inocentes', demuestra cómo los temas políticos manipulados por Münzenberg llegaron a servir a muchos como un sustituto de la fe religiosa''. Y el procedimiento sigue funcionando. Definiendo una comunidad mártir, cuya bondad intrínseca se ve siempre socavada por el asedio ajeno, Xabier Arzalluz asienta la fe de esa comunidad que él acota, pero trata también de ganarse a esos clubes de inocentes que identifican conciencia moral y conciencia política y buscan una causa que los redima. En el reino de la luz, el aroma de los jazmines lo aleja a uno de esas preocupaciones, pero como me recordaba Javier Ugarte desde su acantilado, esa tarea ingrata nos aguarda a la vuelta de la esquina. Esbozo la tarea :romper el monopolio de lo vasco, de ese 'nosotros los vascos' que tienen en propiedad los nacionalistas, y trabajar por una política racional, no fideísta, basada en argumentos y no en la creencia erigida sobre ese socavón: un narcisismo delirante.

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