Fraga, certificado
Fraga reparte certificados médicos de su buena salud. Sin ellos no sería creíble: su aspecto es francamente malo. El andar de caballista desmontado es lo de menos: la imposibilidad de hablar claro, las fugas de pensamiento, dan mala sensación. El número de años no importa. El calendario ha dejado de ser un indicio, y ahora está el cromosoma 4 estudiado como un signo de longevidad. Quizá lo tenga muy bueno el viejo capataz franquista, hoy capo en Galicia, capaz de sobrevivir a la caída física y moral de todos sus correligionarios. Se están acumulando factores que favorecen a los nuevos viejos, a los que están ahora en una sobre-edad aureolada, pero que caen destrozados a golpes burocráticos por los de las edades medias, que también destruyen a los jóvenes.
Hubo un momento en la historia de la relación de edades que fue funesta: cuando los socialistas hicieron un Gobierno de media y alegre edad, rodeado de cargos de los mismos años, y comenzaron a dificultar el acceso a los puestos de los verdaderos jóvenes, y a facilitar la salida de los mayores. Necesitaban su propia expansión. No creo que fuera algo deliberado, sino esos instintos de la formación de tribus. Como les dio tiempo a envejecer mucho en el poder dejaron paso a la otra tribu urbana, que a su vez sujetó a los más jóvenes y depuró a los mayores, excepto a Fraga: tiene demasiada experiencia en depuraciones (la de los demócratas que se reunieron en Múnich, la de los intelectuales que firmaron la carta de apoyo a huelguistas torturados) como para dejarse depurar él. Escogió un hueco posible, y allí va a seguir.
Con certificado de buena salud y relatos de caza y pesca: un corzo entre las brañas, un pez en alta mar. No cuenta al urogallo asesinado en plena veda: cuando el pobre animal, estupidizado por el sexo como suele ocurrir a los machos, exhibe sus plumas y lanza sus gritos. El efecto de este reparto de sus certificados de buena salud es un poco grotesco, y recuerda algunas de sus actuaciones pintorescas en los ministerios que le dio Franco, pero quizá se ponga de moda. Mostrémosles nuestros certificados a las empresas que nos van dejando al lado del camino, a nuestras jóvenes esposas o amantes, a los jefes de personal -'encargados de recursos humanos'- para que nos admitan. Muchos rescates se hacen. Pero el problema está reducido a la economía: no hay trabajo para todos, y los que tienen el poder echan a los viejos y no admiten a los jóvenes, pagan menos a las mujeres y se reparten lo que hay.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.