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Columna
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Deserción

La plaga de medusas desalojó a los intrusos, a base de picores y ronchas, pero no causó más que alguna espantada y cierto consumo de ungüentos apestosos. Las medusas eran criaturas de sustancia viscosa, pero tenían el crédito escénico y decorativo de un zoo de cristal. Fue, poco después, cuando llegó a la bahía la pavorosa plaga de cadáveres sin papeles ni ropas. Las orillas se oscurecieron de pronto y la resaca compuso un réquiem de cantos rodados, caracolas marinas y flautas de pan. Entonces, los veraneantes, empalagados de tanto drama, se retiraron a las piscinas de sus urbanizaciones, y pusieron bakalao a toda pastilla. El amable financiero contempló el panel del cielo: la temporada había caído ya varios enteros, y la Liga programaba malabarismos y amnesias, para el olvido de las adversidades ajenas. Además, aquellos cuerpos con la panza hinchada y el rostro devorado por la morralla, iban de paso de la desolación de las acacias espinosas o del manglar, a la glotonería de los escualos y los monstruos de las profundidades. Sus despojos, sin destinatario ni remitente, carecían de utilidad. Y eso que él, con toda su conciencia, había forrado la caja fuerte del banco, donde guardaba valores, fondos de inversión y algunos duros para los mendigos, que eran un mobiliario urbano y humano de calidad.

El amable financiero paseó por el jardín de aquella finca, en la huerta, muy cerca del mar, y se percató de que sus pisadas sonaban más propias sobre el parqué bursátil, que sobre las arenas de la playa o de la tierra bajo unos olmos, que diseñaban la melancolía del otoño. Entonces, le dijo a su mujer que anticipaban el regreso a casa, que hiciera las maletas, aunque probablemente él saldría aquella misma noche en el deportivo, para cerrar una operación. La parecía de muy mal gusto que los inmigrantes ahogados en el espejismo del vicio y la corrupción del capital, interrumpieran sus último días de sosiego. Para eso, prefería el espectáculo de Zidane y Aznar, aunque ni uno ni otro habían conseguido aún marcarle ni un sólo tanto al adversario.

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