Listas de espera
Me encantaría comenzar los artículos como hacía el llorado maestro Indro Montanelli: 'Me escribe un lector preguntándome mi opinión sobre esto y lo otro'. Pero a mí nadie me consulta nada, y no sé por qué, porque estoy muy dispuesta a opinar de todo. Por ejemplo, de lo del Príncipe con Eva Sannum nadie me ha inquirido ni media palabra. Salvo el conde Lequio, una vez que coincidí con él en el aeropuerto de Barcelona. Fue durante una de esas esperas interminables que dan tiempo hasta para leer un inquietante análisis de The Wall Street Journal sobre si Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal estadounidense, siente incertidumbre o pesadumbre respecto al devenir de la economía.
Lo bueno de que nos manden a operarnos al extranjero es que, seguramente, lo harán médicos españoles: esos que, hartos de vegetar en las listas de espera de un empleo, se están yendo a practicar su profesión a otros países de la UE
Pues Alessandro, que es todo un caballero, requirió mi parecer acerca del asunto y yo, aturulladamente (porque estaba intentando no mirarle el paquete para corresponder a su educada atención), respondí, más o menos: 'Que triunfe el amor y acabemos con la Monarquía para siempre'.
Con el transcurrir de los días he matizado mi opinión, a fuerza de tener el corazón dividido entre gente que llama a las emisoras de radio para decir que el Estado ha invertido mucha pasta en la educación y los veraneos de don Felipe y que, faltaría más, al menos a la hora de casarse podría chincharse y hacerlo con cualquiera de esas estacas con pompones que adornan las monarquías europeas; y gente que desea que triunfe el amor, como yo misma cuando se me pregunta a bote pronto.
Vamos a ver. Un príncipe heredero es alguien obligado a figurar durante años en una lista de espera similar a las de la Sanidad pública. La única diferencia es que, al final, en vez de botarle hacia Inglaterra y sus grandiosos hospitales (liberados por el neoliberalismo hasta de los casquillos de las bombillas) para que le operen, le sientan en un trono, le colocan una corona en la cabeza y le hacen salir muchísimo por el extranjero, aunque, eso sí, en representación de España y sin tocarle un solo órgano interno. Por lo tanto, infiero: más vale que se case pronto con la chica de sus sueños y que los dos vivan su gran pasión, hasta que el momento de asumir les llegue cuando ambos se encuentren tan hartos el uno del otro como cualquier pareja real o real pareja.
A mí me preocupa mucho más que a los españoles nos hayan prometido a la Sanidad pública y ahora quieran casarnos con cualquier neurólogo de La Salpetrière, que bien puede, después de examinar nuestra cabeza (sobre todo, la mía), decidir encerrarnos de por vida en el pabellón Manon Lescaut. Otra cosa sería que nos enviaran a un hospital para ricachones de Houston, con alojamiento en lujoso hotel adyacente para toda la familia. O, ya puestos, realizar una pasadita por Brasil para que nos hagan unos retoques en lo del doctor Pitanguy. La parte buena de que se nos envíe al extranjero a operarnos es que seguramente lo harán médicos españoles: esos que, hartos de vegetar en las listas de espera de un empleo, se están yendo a otros países de la Unión Europea a practicar su profesión.
Monarquías, listas de espera... Hay alguien cuyo nombre constituye una síntesis de ambas circunstancias: Fraga Iribarne. Es la única monarquía que yo conozco que se sucede a sí misma a través de la misma persona y gracias a los votos de sus súbditos y la incapacidad de sus adversarios políticos para instaurar un reino como el suyo. No es como lo del Papa, que antes de reunirse con el Espíritu Santo tiene que elegir los miembros de un colegio cardenalicio capaz de elegir al sucesor que a él le gusta que le suceda. Claro que la irrupción de Milingo puede que haya trastornado el procedimiento. En conclusión: que el Príncipe se case enseguida con Eva Sannum y que Sanidad haga lo que quiera con sus pacientes, siempre que se nos asegure que los aviones no han sido inundados con orines ni contagian la legionela. Y, por supuesto, que no vaya a despedirlos Celia Villalobos agitando la lengua a modo de saludo.
Estoy de un conciliador que asusta. Es el recuerdo de mi querido Alessandro Lequio, supongo.
Celia Villalobos
'Que no vaya a despedir a los pacientes
agitando la lengua a modo de saludo'
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