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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

¿Quién puede matar a un niño?

Es el título de una película de Narciso Ibáñez Serrador en la que, por causas que no son aclaradas, todos los niños de un pueblo deciden, literalmente, aniquilar a los mayores.

Como digo, en la película no queda claro el porqué del comportamiento de los niños, y lo que más terror genera en ella es que seres pequeños, inocentes, sin contaminar ni de ideas ni de rabia, sean capaces de matar a sus propios padres sin motivo aparente.

Sin embargo podemos ver que la realidad es mucho más docente, y que ella nos muestra esa razón que Serrador nos ocultó, y es que los niños pueden hartarse de que los maten.

Convertir un juguete en un artefacto de muerte es el no va más de la monstruosidad humana.

Fabricar minas antipersonas con forma de juguete para que los niños (sobre todo los niños sin juguetes) las cojan y les exploten, desmembrándolos, vaciando las cuencas de sus ojos, dejándolos sin masa encefálica, debería ser una prueba contundente de que el diablo existe y que se manifiesta cada dos por tres, incluso sólo en palabras, como las del activista etarra que se atrevió a decir que 'uno de los nuestros vale más que cien hijos de txakurra'.

Espero que sus hijos no piensen lo mismo, porque los niños no están para matarlos. No participan ni de las ideas de sus padres, ni siquiera de sus carencias; son inocentes, tanto en el fondo, como en la forma, como en el sentido más judicial de la palabra. Sus ataúdes son blancos. Esto no es una película; el nieto de María Francisca Eraunzetamurgil se debate entre la vida y la muerte tras una explosión que no puede ni tildarse de macabra, porque no existen adjetivos suficientes en el diccionario para utilizarlos; todos son demasiado desvaídos.

Supongo que mis hijos pueden ser considerados 'hijos de txakurra', pero no estoy por la labor de decidir si los míos valen más que los de otros, sólo sé que valen mucho, como todos los niños, y valen mucho precisamente porque pueden ser el germen de una sociedad en la que no se digan esas barbaridades, donde la vida valga algo más y la palabra la guíe, donde no se fantasee con falsas guerras, donde una idea no valga una vida y donde nadie nos obligue a generar odio para acercarnos a ellos. Eso es lo que quieren. Eso es lo que no tenemos que permitir. Por mucho que nos duela, por mucho que los niños mueran sólo por querer jugar.

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