_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Puro

Fumar mata, de acuerdo, pero es que ahora mismo tampoco sabría qué hacer con una vida eterna. Así que me he encendido un Montecristo. Lo he descabezado con la uña del pulgar de la mano derecha, en una maniobra que me han enseñado hace poco (en materia de vicios, uno nunca sabe demasiado). Con el índice y con el corazón, he presionado luego delicadamente para comprobar hasta qué punto se conservaba fresco. Su aroma prometía, por otro lado, ese placer ancestral que siempre nos hace sucumbir en la tentación. He usado, como mandan los cánones, unas cerillas de madera, para que no prendiera ningún otro olor que no fuera el del tabaco ardiente. He dado el primer sorbo, he expulsado ese humo sagrado, una mujer con sombrero sentada en otra mesa me ha mirado horrorizada, alguien a mi lado ha reiniciado la conversación -por un momento, todos habían quedado expectantes como ante una exultante ceremonia de magia inmemorial- y creo que me he sentido feliz.

Mientras el cilindro vegetal se consumía, pensaba en Puro humo, de Cabrera Infante. Es, que yo sepa, el elogio más desmesurado al habano, y tiene gracia que sea obra de un exiliado. Cabrera -o ese otro, Infante- trama un homenaje al puro y le sale un homenaje al cine -que también es humo-. Y allí estaba yo, fumando en blanco y negro, cuando el camarero sugirió entrar en la dimensión de los licores. Cardhu, dije en voz alta, y luego pedí también un vichy catalán. Fue entonces cuando la señora del sombrero cambió su espanto por un rictus de conmiseración lastimera. Mientras tanto, la ceniza cubría ya un buen tramo de cigarro. Me esforzaba en mantenerla, altiva y precaria, puesto que había observado que esa era la mejor manera de fumar siempre fresco. Y entonces recordé una historia de sobremesa sobre Pancho Villa, a propósito de un camarada a quien condenó a muerte, y ante el pelotón de fusilamiento le concedió fumarse su último habano. Y le dijo: mientras se sostenga la ceniza, vivirás. Esa historia es verdadera, todo Cabrera es verosímil, el puro es auténtico. Y la muerte, ustedes verán.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_