LA CHOCHONA
En casa no nos gustan las tradiciones populares. Es más, espero que ustedes valoren mi sinceridad, cada vez que en la radio un locutor denuncia la triste pérdida de una tradición, yo qué se, tirar petardos al amanecer en honor a la Virgen, mi santo y yo nos sentimos íntimamente felices. Mi santo me dice que escriba que por una tradición que perdemos al año, gracias a la labor de las consejerías culturales ganamos diez (le tengo que parar los pies porque últimamente está como atacao queriendo meter cuchara en mi columna). Pero nosotros, entre nadar contra corriente o alienarnos, preferimos alienarnos, y somos capaces de aparecer en una tertulia apostando por la recuperación de la zanfoña, deseando que un día no muy lejano la zanfoña encuentre su sitio en la música pop como ocurrió con la gaita. ¿Es falsedad lo nuestro? No, instinto de supervivencia.
Nosotros elegimos este pueblo después de mucho buscar. Mi santo empezó por descartar todo pueblo que apareciera en El Viajero, por aquello de no encontrarnos de cara con los queridos lectores de EL PAÍS. No por nosotros, cuidado, que estaríamos encantados de compartir una barbacoa con todos ellos, sino porque tal vez nos tengan idealizados y en persona la verdad que perdemos bastante. Otra razón por la que llegamos aquí -mi santo testó más de mil pueblos- fue porque carecía de tradiciones. Dicho pueblo, colonizado salvajemente por los jodíos veraneantes, como nos llaman, perdió en dicha avalancha de chulos madrileños todas sus costumbres ancestrales. Así que mi santo señaló este punto del mapa y exclamó: éste es nuestro pueblo.
Pero, coño, fue llegar nosotros y empezar un proceso de recuperación de costumbres verdaderamente alarmante. Anoche, sin ir más lejos, fuimos a las fiestas. Los niños ya no quieren venir porque han cogido la tradición de quedarse en casa viendo un film. Estamos un poco alarmados porque mi santo les oyó murmurar un título que están poniendo en el digital: Las niñatas se abren de patas. Pero lo que que yo digo, ya no tienen edad para que les pongamos una baby sitter. Si acaso un guardia-jurado, y tampoco es plan. Que les den. Nos fuimos del bracete y yo me monté en el Chino (los coches voladores). Mi santo se quedó en tierra porque le da susto. Yo le decía adiós con la mano cuando daba la vuelta. Él decía un adiós de compromiso y me enfadé. Luego se me pasó, porque con los hombres hay que estar perdonando siempre. A lo que iba, que el primer año que llegamos aquí no había más que un bailecillo de abuelos, el Chino, y una tómbola con la muñeca chochona. Que yo estuve en un tris de ganar, advierto. Ahora hay peñas, toros, casetas, coros populares, un asco. Mientras yo daba vueltas en el Chino, vi que mi santo, encima de no saludarme, hablaba con la corporación municipal en pleno. Le estaban proponiendo que presente un diccionario de términos locales, para recuperar palabras que ya nadie dice y a nadie le importan. Oh, qué interesante iniciativa, dijo mi santo. Le han pedido que lo presente. Y a mí me ha dolido porque puestos a ser falsos, yo lo haría mejor. Tengo una trayectoria como actriz. Así se lo solté a mi santo. Y el muy falso se ha picado y está escribiéndose la presentación. Lo que les gusta a los intelectuales codearse con el poder.
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