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Primera jornada de Liga | FÚTBOL
Columna
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Tres en uno

En una decisión antipopulista, propia de un técnico intervencionista, Rexach sentó ayer a Saviola en el banquillo y dejó que el partido se convirtiera en un debate sobre si el entrenador tenía o no razón. Charly dudaba sobre cómo atacar al Sevilla y al final deshizo al tridente (Saviola-Kluivert-Rivaldo) para dar entrada a un extremo (Overmars) y mover al Sevilla. Pretendía oxigenar la frontal del área, evitar el fútbol comprimido o de embudo, y llenar las bandas. La prioridad era ensanchar el campo, ni que fuera a la pata coja, sólo con un ala, el izquierdo, y un lateral largo por la derecha (Luis Enrique).

Puesto que Rivaldo tiene bula, no sólo por ser el máximo goleador, sino por su versatilidad ofensiva, y que Kluivert ha completado una feliz pretemporada como enganche, la china le tocó a Saviola, recién llegado al equipo, patrimonio de la hinchada más que un jugador pedido por el entrenador. Rexach puso en escena al equipo que, al fin y al cabo, había pintado antes de que le ficharan al pibito. Más que un argumento, Saviola debía ser un recurso o bien la guinda.

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Kluivert resuelve el dilema del Barça

Por un momento pareció que Saviola saldría a la cancha con el partido arreglado. Kluivert solucionó con un remate clarividente la confusión del equipo, siempre combatiendo en terreno que más le convenía al Sevilla. El cuerpo a cuerpo se extendía por el campo, y duelos como el de Reyes con Christanval y de Pablo Alfaro frente a Rivaldo llenaron un choque hueco de fútbol. No había manera de que el Barça alcanzara el campo contrario, frenado por el nervio del rival, así que si se trataba de encontrar la mejor solucion ofensiva, parecía que Rexach se había equivocado, incluso con el gol de ventaja con el que se encontró en un buen momento.

El Sevilla no tardó en empatar. Le bastó un punto de aceleración y la manifiesta incapacidad del Barcelona para matar cualquier partido, procurar que no le metan el gol más tonto. Impetuoso como es en cualquier parcela, sin distinguir entre el área rival o la contraria, Rochemback no supo medir su entrada y David forzó un penalti que dejó la contienda como estaba, de manera que llegada la hora del partido, el Barça todavía no sólo no lo había resuelto sino que se imponía un cambio de marcha. Un momento ideal para la entrada de Saviola, armar el tridente y darle al partido la vuelta como si fuera un calcetín. Falsa sensación. El Barcelona continuó sin corriente, falto de ritmo y transición, con un juego trabado, poco fluido y sin profundidad. De encogerse, pasó a apelotonarse, para desespero del medio centro (Xavi), que, inutilizado, no encontraba ni la línea de pase interior ni tenía para quien tocar a las bandas. Hasta que, como sucedió antes de llegar al descanso, apareció Kluivert, y resolvió con un golazo. Restablecida la ventaja, Rexach desmontó el tridente y acabó como empezó, con un extremo, esta vez el derecho, pues salió Geovanni por Rivaldo.

Kluivert fue el único del trio que se mantuvo de principio a fin y la única conexión entre uno y otro Barça. Quizá porque son tres fubolistas reunidos en uno (juega, hace jugar y remata), y porque tiene un poco de Saviola y de Rivaldo, el holandés fue quien resolvió y avaló la decisión de Rexach. Más que de un plan de ataque, se trata de saber administrar los excedentes y aprovechar las oportunidades. Puede que su fútbol no resultara luminoso, y el equipo esté por hacer, pero su victoria fue incuestionable ante un rival muy duro de pelar. Ya advirtió Rexach que el Barça más que bonito se pondría duro, y que no sólo hay que mirarle por delante sino por detras. Importa la victoria sin reparar en los medios. Y cumplió. Lo del tridente sigue siendo patrimonio del técnico.

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