Sin hora ni propósito
Si me pregunto por las playas de mi infancia, me siento perdido. Busco entre las fotografías de la época, reconozco en una África al fondo, en otra la isla de las Palomas con el faro, o el castillo de Guzmán el Bueno algo borroso. Todo en vano. No creo que entonces se fuera a la playa, ocasionalmente se estaba en ella; era tan normal como en días lluviosos buscar refugio en futbolines, bares o en los zaguanes de las casas.
El Rinconcillo, también llamada Playa Chica es un recoveco que quedó una vez construidos el puerto pesquero de Tarifa y el istmo que une el pueblo con la isla de Las Palomas, que fue durante años acuartelamiento del Ejército de Tierra. Este camino sobre el mar cortó la costa dejando a un lado la Playa Chica y al otro una inmensa franja de arena blanca y suave: la Playa de los Lances. que siempre tuvo fama de traicionera, había mar de fondo y resaca. Raro era el año en que el Atlántico no se tragaba a alguno.
En la Playa Chica se veían los niños pequeños con sus cubitos y sus palas, las negras cámaras de neumático de camión que servían de balsa, las señoras más atrevidas que se sofreían con Nivea cogotes y tobillos, señores en camisetas de tirantes, guardias municipales velando por las buenas costumbres. También los soldados que pasaban, de vuelta a la isla, y hacían contraseñas a las chachas mocitas que acompañaban a las señoras y niños de familias notables.
Quedaban siempre algunos rezagados, niños que durante el invierno sobrevivían de comer queso en barra y leche en polvo del Plan Marshall en la Escuela Nacional.
Para ir al mar no tengo hora ni propósito alguno. No busco nada en concreto, me gusta como acto innecesario, gratuito, azaroso. Es una excelsa forma de perder el tiempo sin ni siquiera tener conciencia de ello. Todo lo demás que nos venden hoy como 'espacio de ocio, cultura de la playa o del cuerpo' es una sacra exaltación del analfabetismo funcional aplicado para ciudadanos de granja.
Me cuesta recordar, no quiero que me coja a contrapié la nostalgia. Es verdad que aquellos 50 o 60, incluso los 70, eran cutres y casposos, pero el mar estaba allí. Hasta que llegaron los charlatanes y adalides del progreso y empezaron a poner paseos marítimos, sembrando las playas de duchas y de papeleras para luego llenarlas de basura y haciendo que ir a la playa sea un deber de masas. Ahora, el panorama ya no es cutre, es mediocre. Ya no voy en verano a Tarifa, no es un drama.
Chema Cobo es artista plástico y nació en Tarifa en 1952.
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