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Reportaje:

CHARRADAS

El río adelgaza camino de Briñas, en La Rioja. Un hotel tranquilo, tiempo para la filología. Rosa María Castañer ha estudiado el léxico fluvial: sobresalen las palabras árabes y las letras presuntamente aragonesas, como la 'ch'

El río adelgaza, camino de su piedra. En Briñas, un antiguo señorío riojano donde el viajero pasará el día y la noche, el río ha dejado ya los intensos conflictos de la juventud y de la edad adulta. Discurre lento, apaciguado, con una belleza muy decorativa. En Briñas se va, o se baja, al río, que queda al pie del pueblo. Al río se acercan los niños, para jugar con los patos algo despeluchados del estanque; se lleva a quien corresponda para los tiernos besos; o se pasea por el camino de la Sonsierra, en cualquier moderado atardecer burgués. El río tiene aquí la hechura tradicional del río en España, un país que tiene ríos sólo porque hay que tenerlos. Basta ver los diccionarios. En el Collins, 'river is a large natural stream'... En el Larousse, 'fleuve est un grand cours d'eaux'. Por el contrario el Diccionario de la Real Academia Española mantiene una admirable precaución: 'Río es una corriente de agua continua y más o menos caudalosa'.

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Briñas

El hotel de Briñas permite el descanso, la lectura y hasta la escritura. Como esa circunstancia es muy infrecuente en España -o no hay silencio, o no hay mesa, o hay una luz de veintinco, o la tele supura en el salón comunal- hay que aprovecharla. El viajero quiere aprovechar la tarde para pasar unas notas sobre un libro de la filóloga Rosa María Castañer, que trata sobre el léxico del río a su paso por Aragón, Navarra y Rioja. Y sobre una conversación que mantuvo con ella, después de leerlo. Algunas observaciones son interesantes. Por ejemplo, el hecho de que los arabismos dominen en el léxico fluvial del riego: acequia, azud, ador (turno de riego), galacho (hoyo que hace el agua al correr) y muchas otros. Si la sociología fluvial está repleta de palabras que comienzan por a se debe a la forma al, invariable en género y número, del artículo árabe. Los árabes no construyeron grandes infraestructuras en el río, pero diseñaron su administración. Escribir sobre el agua no siempre es baldío.

Otra conclusión de la filóloga afecta a la proporción de voces aragonesas que contiene el río. Elevada, de más de un 17 por ciento sobre el total léxico del análisis. La razón, obviamente, está en la menor permeabilidad lingüística de los medios rurales, especialmente en aquellos cuerpos léxicos vinculados a las actividades tradicionales. La influencia del catalán también es relevante en la zona oriental de las provincias aragonesas.

El viajero había salido de su casa convencido de que en el río había dos lenguas: el castellano y el catalán. Dos lenguas que se repartían los oficios. El léxico de la navegación fluvial era catalán: el escritor Jesús Moncada había hecho un notable acopio de esas palabras en sus novelas y cuentos. Otro escritor de Mequinenza, Héctor Moret, las había aislado y estudiado en un opúsculo sobre el léxico de la navegación en la obra de Moncada, que el viajero no llevaba ahora encima. El léxico del regadío en el Ebro era, por el contrario, mayoritariamente castellano. La distribución explicaba perfectamente lo que cada cuál había sacado del río.

Sin embargo, a medida que avanzaba el viajero fue topándose, si no con otra lengua, sí al menos con otra letra. La Ch. En Aragón, desde luego. No la veía desde la escuela primaria, cuando sus maestros intentaban convencerle de que era una letra, a pesar de que él veía dos. La ch era la letra del cheso, un dialecto del valle pirenaico de Hecho, el primero y emblemático de los aragoneses; era la letra y el símbolo de la Chunta Aragonesista -aunque el diputado Labordeta le dijera en frase inmortal que el primer absurdo de ese partido, que era el suyo, es que se llamara Chunta-; era la letra de charrar, verbo que algunos aragoneses emplean con una frecuencia un pelo sospechosa: más que un uso parece una identidad; y formaba parte, incluso, del anagrama CHE, de la Confederación Hidrográfica del Ebro: aunque en este caso se trataba de un burdo camuflaje, porque todo el mundo sabe en Aragón que, lejos de trabajar para el aragonesismo rampante, la confederación trabajaba para el enemigo valenciano, es decir para los chés.

Fue en uno de esos días de extremada proliferación de ceaches, de terrible confusión, cuando el viajero conoció a la filóloga Castañer. Hablaron de las palabras del río y luego él le preguntó:

-¿Y tanta ch?

-Uf, eso no es nada para lo que viene.

En el próximo curso parlamentario, las Cortes de Aragón estudiarán el anteproyecto de ley de lenguas. Ese anteproyecto lo ha llevado el viajero hasta Briñas y llevará siempre en el corazón su primera frase: 'Aragón es una Comunidad multilingüe'. No lo dicen por el inglés, o el francés, o el castellano que hablan los miembros de esa comunidad. No: lo dicen por el ansotano, cheso, tensino, belsetán, chistabín, fobano, benasqués, grausino, panticuto y catalán que hablan los miembros de esa comunidad. Y lo dicen con razón: son muchos idiomas. Tantos idiomas que algunos de quienes los hablan son los que se oponen con mayor vehemencia a esa presunta ley de lenguas cuya primera misión es la normativización de un aragonés estándar que acabará con todos ellos: las lenguas, como las naciones, se construyen a partir de un doble proceso de disgregación e integración. Así, el presunto aragonés buscará respecto del castellano el máximo grado posible de desidentificación al tiempo que integrará el mayor número posibles de lenguas amigas. Como hizo hasta convertirse en castellano, aquel bárbaro dialecto que se hablaba en ciertos valles del nordeste de Burgos. La situación es ventajosa: a diferencia de lo que ocurría en el siglo X, la necesidad no es hoy una de las condiciones imprescindibles para que nazca una lengua.

El viajero interrumpe sus notas, por autoprescripción. No le conviene encerrarse en los hoteles. Le conviene moverse, ver mundo, afrontar realidades distintas a las de su vida corriente, nuevos problemas, nuevos retos, realidades insospechadas. Le conviene airearse. ¡Venga, fuera, a cenar! Y las ventanas, abiertas.

Un remanso del río, ideal para el baño de los niños, los romances y los paseos burgueses.
Un remanso del río, ideal para el baño de los niños, los romances y los paseos burgueses.JESÚS CISCAR

El balcón de La Rioja

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