_
_
_
_
A LA MANERA de Maruja Torres | GENTE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

VERANEAR

Quizá porque ayer fue el cumpleaños de Xabier Arzalluz, al que algunos denominan el Abominable Hombre de la Chapela, anoche sufrí un insomnio que no pude atajar ni con dos whiskys ni leyendo la edición integral de las entrevistas de Belén Esteban que -la carne es débil- conservo encuadernadas con la piel sobrante de las múltiples operaciones, llamésmoslas estéticas, de Julio Iglesias father & son. Asustada por la magnitud de mi desvelo, y temiendo que si continuaba bebiendo de esta guisa acabaría algo más que piripi y que una sobredosis de Belén Esteban bien pudiera provocarme una deflagración hormonal, opté por sumergirme en el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia, donde dí con la siguiente definición del verbo veranear: 'Pasar las vacaciones de verano en lugar distinto de aquel en que habitualmente se reside'. No es que les tenga ganas a los miembros -menos lobos- de la docta institución que, con un derecho de admisión digno de las testosterónicas sociedades gastronómicas vascas, fija, pule y da esplendor a nuestro idioma, pero, con la venia: discrepo. Aquí donde me ven, una servidora se ha pegado, como miles de curritos, una jartá de veraneos en lugar idéntico de aquel en el que habitualmente residía. Y eran veraneos a mucha honra. De niña, en el Barrio Chino, cuando la única excursión que nos permitíamos con mi querido Terenci era cruzar la ronda de San Pablo en busca de algún cine en el que nos regalasen programas de mano, nuestras más preciadas y menos peligrosas octavillas. Y, más tarde, en Santiago, compartiendo la angustia de los familiares de los desaparecidos que, con su perseverancia, propiciaron la extradición del aflautado Augusto Pinochet. O en Beirut, en un paisaje con más francotiradores que en una discoteca a la hora del señores, vamos a cerrar. Fue entonces, en aquel momento de fugaz lucidez, mientras la ciudad despertaba con su estrépito de taladradoras y gruas, cuando tuve la certeza de que el diccionario es un instrumento de aproximación a la realidad. No encontré, por ejemplo, la palabra liposucción y estuve a punto de mandarles una carta a nuestros miembros académicos para informarles de que el siglo ha cambiado. Pero sólo con imaginar la cara de ciertos académicos analizando semejante vocablo voluptuoso y aspirativo, me quedé, más que dormida, traspuesta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_