Autocrítica de princesa
Para ser hoy princesa de Noruega, la villana de Kristiansand ha tenido que recurrir a la autocrítica, que fue un tiempo un rasgo distintivo del comunismo. Ha calificado su pasado como 'salvaje'. No tanto: un hijo natural, como tantas chicas, nacido de una relación con alguien de la droga, que ella misma consumió; noches de cabaret, largas y blancas en el verano interminable de su país. A mí me parece una confesión humillante para ella y para quien lo oye; no se puede obligar a nadie a una confesión pública. Son cosas mías: la mayoría de su país la acepta, y mucho más la mayoría en otros países. Sobre todo en éste, donde se espera a una plebeya inmigrante, y gusta.
Como esta monarquía es obra de los republicanos, que la aceptaron a cambio de dos o tres tonterías o disparates -las autonomías, la legalización del agónico partido comunista-, les parece que así se aproximará más al pueblo; y la leyenda persistente de que la reina Sofía se opone, en nombre de la vieja aristocracia alemana que tuvo que aproximarse a las Juventudes Hitlerianas, creo que para sobrevivir, no hace más que incitar la vieja historia de los sainetes madrileños y andaluces: '¡Vamos, señora, deje usted a los chicos, que ellos se quieren!'. Pero aquí no gustaría nada que la chica nueva se alzase ante un micrófono y ante la realeza presente y el pueblo de detrás de la televisión hablara de su pasado salvaje, título que parece de una película; si es que tuviera algo salvaje, que no parece. El precedente de la corte de Inglaterra, tras los aleccionadores episodios de la mujer casada con el príncipe casado, y el exhibicionismo sexual de la princesa Diana, bendita sea, no parece indicar que nadie desee autocríticas. En la corte de San Jaime no ha confesado nunca nadie nada a menos que le llevaran a la Torre de Londres y oyera al verdugo afilando su hacha.
Estos matrimonios con pasados 'salvajes', que son los de todos los jóvenes, son muy corrientes y suelen salir bien. Si salen mal, uno de los dos grita '¡Aire!'. A otra cosa. Comprendo que la monarquía tenga menos libertad que el pueblo, pero la cuestión del buen gusto es la misma. No se pide a nadie un racconto de su pasado. Ni una autocrítica. Sobre todo, a una chica. Si acaso, en la larga y oscura noche del bar de copas, cuando ya va a amanecer, hay una que dice: 'Yo no soy tan joven como crees: verás...'. Y uno dice siempre: 'No hace falta que me cuentes nada... Para mí no va a cambiar...'. Pero esa cortesanía del plebeyo es muy republicana.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.