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Reportaje:

Sexo de verano

Los cines de clasificación X, con día del espectador, son cada vez más escasos en la ciudad

Desde los lejanos tiempos de conversos y mozárabes tenemos fama en esta tierra de albergar entre nuestras gentes a homosexuales en legión, la mayoría, por avatares de nuestra historia reciente, reprimidos como malos bichos. También Cádiz se lleva la fama sin cardar la lana. Pero hete aquí que en los albores del tercer milenio, con la odisea del 2001 ya no en el maldito espacio sino sobre la tierra, el mundo gay ha ganado terreno y como no podría ser de otro modo, en la California mediterránea que va desde Oriola a Vinaròs, los centros de ocio y el desparpajo en pubs y playas son un hecho.

Pero como no es oro todo lo que reluce existe, amigos, en los reconditos y soleados jardines de la ciudad, escenarios para aquellos reprimidos, llegados que sé yo, de l'Horta profunda, de pueblos perdidos donde el anatema por ser distinto puede llevar a la esclerosis social, el rechazo y la penuria miserable.

De forma y manera que bajo las acacias y tilos de los Viveros, junto a las instalaciones del zoo, de hedor a orina de grandes gatos presos, a lo largo de las Alameditas de Serranos o bajo los puentes del viejo cauce arbolado, hombres fondones, bujarrones marginados y acerbos, juegan al gato y el ratón con sus iguales. El miedo se refleja en sus caras porque jamás tienen la seguridad de que aquél que se acerca manoseándose la entrepierna, lejos de miradas de niños o visitantes normales, puede buscar un contacto efímero o forma parte de la brigadilla antivicio, que ni siquiera me consta que exista. Como mucho, los ciclistas de la Local que parecen Ocañas jubilados echan un indolente vistazo. Y con criterio bonancible, les dejan hacer mientras no haya escándalo publico. Para evitar estos avatares y peligros, algunos cines de clasificación X alivian las angustias de estos bujarrones patéticos, barriga prominente y minga pequeña o semimuerta. De paso, estos cines de barriada, con día del espectador pero cada vez mas escasos, funcionan como un floreciente mercado sexual que ayuda el presupuesto cotidiano de magrebíes y otra etnias que intercambian sus falos por un par de talegos en la oscuridad del local. Es en el centro o en los confines de la ciudad en el que el espectáculo bajo la parpadeante luz de una horrísona película porno del tres al cuarto es propio de una cinta póstuma de Pasolini. Como es sabido, cuando la sexualidad libre, bisexual o descaradamente gay se reprime socialmente, se genera un efecto contrario y emergente que es el gusto por el morbo. Ya sabéis, imaginaros una escena orgiastica en el dos por dos de un inodoro de cine X. Cuando yo contaba con cinco años o siete, mi peña y yo acudiamos a cines modernistas tan hermosos como aniquilados, el Coliseum, el Mundial.

Eran tiempos en que los gays vergonzantes, agricultores de la Safor llegados con el Mercedes, intelectuales y profesionales urbanos perfectamente casados y con hijos pero, solos y divorciados y necesitando de vergas diferentes. He visto, amigos, a jovenes magrebíes, huidos de la barbarie y la miseria de la tierra bereber, aguardar horas en la calle en espera de su salvador; luego inclinarse para hacer una felación que vale dos talegos a cualquier valenciano perverso que gusta, como a todos, del parpadeo fílmico, para gozar con rapidez. La discrección es tal que nadie se da cuenta, ni falta que le hace. Si en mitad de una sesión de fin de semana alguien tuviera la mala idea de encender las luces en esos patios de butacas la visión sería felliniana.

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