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Columna
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Sartre en el baño

Normalmente, me levanto de la cama bastante despierto, valga la redundancia. Habitualmente, mi mujer -que al contrario de mí, se despierta bastante dormida- me da los buenos días. Antes de que pueda contestarla, se mete en la ducha, así que yo me dedico a preparar el desayuno para ambos. Después de la ducha ella habla. Es una costumbre que tiene. Siempre habla mucho después de la ducha, mientras se fuma un cigarrillo. Yo asiento con la cabeza. El café me produce un poco de alergia y las narices se me llenan de café con leche, así que prefiero no hablar demasiado por las mañanas, no sea que me dé una arcada. Mi mujer se despide. Se levanta de la mesa, coge el bolso y me da un beso. 'Hasta luego'. Para cuando quiero responderla ya es tarde. El portazo. Yo abandono mi desayuno sin terminar sobre la mesa de la cocina.

Suelo ducharme con tranquilidad. A veces me ducho después de vomitar el café, pero esto es muy desagradable, e intento no hacerlo. No me culpen por ello. Algún día le preguntaré al médico de qué se trata esta alergia tan rara que padezco. Después de comer me tomo un descafeinado, porque las arcadas sólo me dan con el café normal, e imagínense si me dan las náuseas en el restaurante. Yo siempre he sido un hombre discreto, y me moriría de la vergüenza si me pasase una cosa de ésas. Como una vez que iba en el metro y me dieron arcadas. Todos los pasajeros me miraban con cara de asco. Por poco me caigo encima de una señora entre convulsiones. Pero me aguanté, aunque no pude ocultar mi vergüenza, lo que me empujó a salir del vagón en la siguiente parada.

Estoy preocupado. No sé a qué pueden deberse estos ataques de arcadas. He intentado sustituir el café para el desayuno, pero el resultado es el mismo. Todas las mañanas me retuerzo ante la taza del váter. ¿Hay alguien que sepa a qué es debido? ¿Tal vez algún problema provocado por el medioambiente y las circunstancias? ¿Resultado quizá de una dieta baja en vitaminas? La situación es grave, incluso desesperada. Mi mujer no sabe nada.

Cuando llego a casa después del trabajo, mi mujer, que tiene una importante cena de trabajo, no está. Ha venido un poco antes, se ha cambiado y ha salido pitando. Me encuentro su ropa de oficina tirada sobre la cama. Me preparo una tortilla francesa, mientras veo las noticias en la televisión. Las noticias son horribles. Me pregunto si el mundo durará otro siglo. Así que apago el televisor. Veo un libro de Jean Paul Sartre en el cuarto de baño -es La náusea- y decido releer un poco. Aunque sé que el viejo Sartre está un poco pasado de moda, su efecto se parece al de la fibra. Después, dejo el libro donde lo encontré.

Por la mañana soy yo el primero que abre los ojos. Mi mujer está aún durmiendo. Faltan unos minutos para que suene el despertador. Creo que voy a darle una sorpresa preparándole el desayuno y llevándoselo a la cama. Café, tostadas, mantequilla y mermelada. Llego a los pies de la cama justo cuando el despertador suena y mi mujer lo apaga de un manotazo. 'Buenos días', susurro. Le muestro la bandeja, y ella se incorpora en la almohada. Poco a poco su sentido del habla se manifiesta, cuando se fuma el cigarrillo. El olor de tabaco negro se mezcla con el aroma del café. Empiezo a sentir aversión a tomarme mi café con leche. Porque entonces vendrá la arcada. Ya se lo pregunté a un amigo médico y me dijo que tomase cereales para el desayuno. Pero el resultado es el mismo.

'Anoche hablaste en sueños', me comunica mi mujer. Arqueo las cejas, y bebo un sorbo de mi café, que sabe un poco amargo. En los casos en los que alguien habla en sueños, se suele experimentar curiosidad por lo que se ha llegado a decir. Pero decido no preguntar, convencido de mi inocencia. Yo no tengo ningún secreto. Nunca le he ocultado nada. Entonces me entran las malditas arcadas. Me voy deprisa al cuarto de baño, me encierro, e intento mitigar el ruido con el papel higiénico. No es cuestión de me oiga mi mujer. Después recupero La náusea de Sartre, que sigue junto a la taza, y me pongo a releer.

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