Pesadilla
Veraneo en una playa imaginada, donde se puede tomar el sol hasta la saciedad porque sus rayos no producen cáncer de piel. La sal marina no pica y las finas arenas no esconden nada que corte ni pinche, sólo delicadas conchas. Sobre las olas transparentes cabalgan lujosos reflejos dorados. Las noches son plateadas; los atardeceres, rojos, y las mañanas, angelicales. Las alas abiertas de los pájaros cubren de majestad el aire.
Sin embargo, me gustaría que otros vieran cómo disfruto de tanta maravilla, lo feliz que soy y la mansión que poseo en lo alto del acantilado, así que también imagino a un hombrecillo con un perro que sale y entra del agua, y más allá -por alegrarme la vista- a un grupo de jóvenes que juegan al voleiplaya. El hombre contempla sus esbeltos cuerpos y sus sedosas melenas volando en pos de la pelota mientras se fuma un cigarrillo. Hasta que una señora USA, que de repente ha aparecido bajo una sombrilla, le recrimina por ensuciar la atmósfera traslúcida con el apestoso humo salido de sus seguramente asquerosos pulmones. Lo llama bárbaro, por lo que él no tiene más remedio que recordarle que su desarrollado país, que es el principal contaminador del planeta, ha tenido la desvergüenza de no firmar el Protocolo de Kioto, y que, por tanto, se encuentra en su derecho de encenderse otro y de echarle la primera bocanada de humo a la cara, cosa que hace. La señora se aleja entre los pinos muy ofendida, para volver más tarde con un municipal, a quien le señala las colillas esparcidas a los pies del español. El guardia pasa del tema tabaco y se centra en el tema perro. Mueve negativamente la cabeza y saca la libreta de multas. 'Por llevar al can sin correa, por permitir que se bañe como una persona y que se haga sus necesidades en el agua'.
Pobre desgraciado, pienso con demasiada precipitación, porque él ya le está señalando enfurruñado mi morada de alto standing al policía, que pide refuerzos por su walkie-talkie. Y en cuanto llegan, todos, incluidas las ninfas del voleiplaya, comienzan a trepar por el acantilado hacia mí. No puedo entender qué pasa. ¿Será que estos terrenos no son urbanizables? ¿Será que los compré con dinero ajeno? ¿Será que soy Antonio Camacho y que mi sueño se ha convertido en pesadilla?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.