De todos los mares hacia la Ría
Los animales marinos de 'El vuelo de la ballena' navegan por Bilbao entre el asombro y la sonrisa de los asistentes
El Ayuntamiento de Bilbao había prometido un desfile espectacular, algo distinto, sorprendente y nunca visto por estos lares. Algo escéptica, la gente comenzó a agolparse en torno a la plaza Circular y a la Gran Vía sobre las cinco y media de la tarde. El comienzo estaba previsto para las seis, pero no desde allí, sino que cada una de las cuatro carrozas del desfile partió a esa hora desde cuatro puntos de la ciudad para reunirse en la plaza Circular y partir de ella por la Gran Vía a las siete. Mucho calor y una larga espera hizo a los espectadores aún más escépticos.
Pero la espera valió la pena porque la gran cabalgata de la que ayer disfrutó Bilbao, dentro de la programación de la Aste Nagusia, sobrepasó las expectativas de todos. Bella, majestuosa, elegante, sorprendente y muy divertida, se convirtió en el evento memorable de este año, algo que permanecerá en la mente de todos los que quisieron aguantar el bochorno y la espera para contemplar un homenaje al océano.
Abría el desfile la inmensa ballena que le da nombre (El vuelo de la ballena se llama la cabalgata). Un enorme globo azul turquesa, de 14 metros de largo y seis de ancho, llevada por una docena de balleneros. El cetáceo echaba agua por el lomo, a voluntad del conductor del vehículo que tiraba de ella y que se lo pasaba en grande con los gritos y las risas de niños y no tan niños que, por cierto, agradecían ese agua refrescante e inesperada. Gritos y risas provocó también un larguísimo tiburón de papel que, llevado por varias personas con varillas (a modo de los desfiles chinos), abría la boca como intentando engullir al deleitado público. Más gritos y menos risas consiguieron los dragones (también remedos chinescos) que despedían fuegos de artificio y chispas y caminaban envueltos en una nube de humo. Más de un pequeño puso cara de horror e intentó una retirada. Menos mal que sus padres le convencieron de que el dragón no sólo era de mentira, sino pasajero, y que lo que venía le iba a encantar.
El vuelo de la ballena no sólo tenía peces hinchables (hubo otros además de la del título). La comitiva iba acompañaba por zancudos y grupos de teatro de calle, a modo de los desfiles de carnavales más afamados. El segundo carruaje era un antiguo barco de vapor del estilo de los que cruzaban el Mississippi, con personas vestidas de época sobre él y músicos interpretando los sonidos característicos de Nueva Orleans. Le acompañaban animales marinos fabricados en papel, entre ellos el dentado tiburón. El tercer carruaje era una carabela barroca, con personajes ataviados con blancas pelucas y trajes de época. La última carroza de este desfile estaba rodeada de los hinchables marinos del grupo Plasticiens Volants: una gran serpiente marina acompañada de gigantescos peces volantes.
El parque de Doña Casilda fue el destino final de esta cabalgata. Para que no faltara de nada, se repartieron cientos de bolsas de confeti y serpentinas. Parecía Venecia, pero no, era el mismo Bilbao. Pura delicia.
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