Adiós, don Manuel
Tengo ante mí, en 60 páginas, los títulos de los atlas lingüísticos, de los libros, de los artículos que don Manuel Alvar firmó a lo largo de sus años. Sesenta páginas sólo de títulos, entre 35.000 y 40.000 páginas escritas. Páginas y mapas de casi toda la geografía del español. Desde Aragón a Venezuela, desde Cantabria a Estados Unidos, desde La Rioja a las islas Canarias. Basten unos datos estadísticos para calibrar el ensanchamiento que ha recibido la lengua española con su trabajo y el de sus colaboradores. En el Atlas lingüístico y etnográfico de Andalucía se recogen unas 500.000 formas en su transcripción fonética, unas pocas menos en el Atlas de Aragón, Navarra y La Rioja y unas 200.000 en los de las islas Canarias y Cantabria. En los atlas lingüísticos del español de América ya aparecidos (sur de Estados Unidos, República Dominicana y Venezuela) y en los de inminente publicación (México, Chile, Argentina y Paraguay), el inventario de formas supera el medio millón. No he calibrado todavía las formas del Atlas de Castilla y León, proyecto que formaba parte, dentro del 'Atlas Linguarum Europae', del Atlas Lingüístico de España y Portugal, dirigido por el profesor Alvar. Un dato más: en el Atlas lingüístico y etnográfico de Aragón se hallan 20.000 palabras no recogidas en el último diccionario de la Real Academia Española, que cuenta con 85.000 palabras. Y sepan que el profesor Alvar descubrió que en el habla de Luisiana, en Estados Unidos, todavía se habla una forma dialectal del español de las islas Canarias.
Don Manuel Alvar siempre defendió que de cada diez hispanohablantes, nueve eran hispanoamericanos y sus estudios sobre el español del sur de Estados Unidos serán pioneros, como lo fueron sus análisis sobre la sociolingüística al estudiar el español de las islas Canarias.
Esa obsesión por recoger casi todas las palabras del español a lo largo y ancho de su geografía y de su historia, esa entrega apasionada a la dialectología española quetiene en él a su maestro indiscutible, nos ha dado, junto a esa enciclopedia, algunos de los estudios más tiernos publicados de las canciones de boda y de muerte de los sefardíes, aquellos españoles que, durante cinco siglos de su diáspora, nunca olvidaron sus raíces ni su lengua.
Adiós, don Manuel. Algunos nos quedamos más solos, pero somos más sabios después de haberlo leído y tratado. Si ustedes desean rendirle un homenaje, lean o relean sus dos libros que son un manifiesto: Variedad y unidad del español y La lengua como libertad.
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