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Reportaje:Estampas y postales

Horno santo

Miquel Alberola

'EL quemadero de velones es como es y no se puede hacer más grande'. Esta advertencia, a medio camino entre la tautología y la amonestación, está colgada en el interior del quemadero de velones del santuario de Orito, en un cerro de Monfort del Cid, erigido por la orden de Hermanos Menores Capuchinos para venerar a Pascual Bailón, un pastor que alcanzó la santidad sobre esta loma. Pero este aviso sólo puede ser leído por los incrédulos y por aquellos que han perdido la fe y sólo piensan en sí mismos, y, como consecuencia, se indignan porque encuentran pequeño el recinto y no es posible encender más lámparas para aliviar su mala conciencia. Por el contrario, quienes mantienen invulnerable su creencia perciben el quemadero como una estancia espaciosa y fresca, resplandeciente como el ejemplo de San Pascual Bailón, y siempre hallan un cirio para encender sin leer el aviso.

En el interior del quemadero de velones confluyen los fundamentos de la religión y la industria de la cerería, que tantos apoyos mutuos se han transferido y que tanta correspondencia han tenido en estas tierras. Las extraordinarias cosechas de papas, cardenales, obispos y curas suministradas por el territorio valenciano a lo largo de la historia no hubiesen podido madurar sin el calor de la llama de cera, una manufactura desarrollada en la época medieval en la mayoría de las principales ciudades, que aparte de propiciar algunos jornales ayudó a solemnizar e imponer la supremacía de la jerarquía religiosa. Sin embargo, a mediados del siglo XIX, acaso coincidiendo con la creciente contestación laica de la sociedad, la producción de cera fue desapareciendo y concentrándose básicamente en Albaida y su entorno, donde aún hoy, con las simplificaciones en el proceso aportadas por la parafina de petróleo, se fabrican alrededor de la mitad de los cirios de España.

Para mantener caliente la fe que sostiene a San Pascual Bailón, el quemadero de velones de Orito derrite una buena provisión de cera todos los años. Entre las cuatro paredes de este horno santo los escépticos se asan y son repelidos hacia el exterior por la fuerza de esa energía mística tan caliente, mientras que los devotos sólo alcanzan una incandescencia interior que ilumina su alma y aumenta su sensación de bienestar. Nadie que no crea en lo que hay allí dentro puede permanecer más de un minuto bajo esa presión atmosférica que se podría cortar como un puding. Ésa es la prueba de que el verdadero santuario radica ahora en el quemadero de velones y no en la cueva del santo, que ha quedado convertida en un escaparate almodovariano.

El pastor tomó los hábitos aquí arriba, donde según la leyenda se mortificaba bailando para expulsar de su cuerpo toda la turbiedad humana. Éste es un lugar que no ofrece más salida que la santidad, si uno se queda quieto contemplando el paisaje. Se trata de una réplica de los Altos del Golán, que separa la geología viva, que se mueve en dirección al mar, hacia el cataclismo de Fontcalent con la nube de polvo de sus canteras, de la extensión de viñas de moscatel de Novelda, en dirección a poniente. En medio de este desierto sirio y este huerto hebreo, con la amenaza mineral de El Carche, Betíes y la muela del Cid, Pascual Bailón cambió el rebaño por el discurso eucarístico. Y pese a ser un hombre sin nociones, respondió a preguntas sobre las más difíciles materias de la fe y escribió libros piadosos. La clave está en ese habitáculo de cirios.

Quemadero de velones en honor a San Pascual Bailón en un cerro de Orito.
Quemadero de velones en honor a San Pascual Bailón en un cerro de Orito.JESÚS CÍSCAR

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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