Alegría obligatoria
Los albañiles que tengo en casa reformándome el cuarto de baño se marcharon el viernes pasado, y me dijeron que no pensaban volver hasta dentro de diez días. Menos mal que antes de irse tuvieron la amabilidad de instalarme provisionalmente la taza. En las tiendas de mi barrio me advirtieron que cerraban quince días, y la chica del banco me recordó que en lo que queda de mes sólo abrirían de 9 a 11 de la mañana. Durante casi dos semanas las principales calles de Almería permanecerán cortadas a diferentes horas, algunas cambiarán de sentido, y en muchas de ellas estará prohibido aparcar. No es el fin del mundo. No es el que el G-8 vaya a celebrar su próxima reunión en el Cabo de Gata. Es la Feria del Almería, la romería más larga de toda la comunidad andaluza, 10 días de celebraciones en honor de la Virgen del Mar, 'protectora, norte y guía de la familia almeriense', por usar las bellas y piadosas palabras de nuestro alcalde socialista.
A mí las fiestas municipales no me gustan, ni las de Almería ni las de ninguna parte, pero entiendo que para muchos, sobre todo para los que van cumpliendo años, ir a la feria suponga regresar fugazmente a la feria de su infancia, o a la infancia propiamente dicha; revivirla en el alboroto de las atracciones, en el olor a fritanga y en el dulce aroma del algodón en azúcar. También entiendo que para los más jóvenes y para los menos líricos la feria sea simplemente fiesta y diversión. Y es bueno que así sea, que la gente se relaje, que cometa excesos y se entregue de vez en cuando a las delicias de la gula, la lujuria y la pereza. A mí de verdad que no me importa soportar por unos días las incomodidades que provocan las fiestas municipales en quienes no participamos en ellas. Vivir en sociedad tiene estas cosas. Punto.
Ahora bien, hay fiestas que duran unos días y fiestas que duran unos días; y lo que no entiendo es que una ciudad que aspira a ser de primera categoría se paralice no durante unos días, sino durante casi dos semanas, y que lo haga auspiciada por sus autoridades municipales. Bueno, sí lo entiendo, pero me parece mal. Y aún me parece peor que estas cosas no puedan decirse sin que parezca que uno está ofendiendo las esencias del pueblo, o sin que la queja sea entendida como una agresión. No se trata de ofender a nadie, sino de defender a quienes también viven en Almería y no participan de la algarabía general, porque no pueden o porque no les da la gana. Que durante 10 días una ciudad carezca prácticamente de servicios es un lujo que Almería quizás se pudiera permitir cuando era un villorrio aislado. Hoy afortunadamente aquellos tiempos han pasado y en la ciudad viven, además de los asiduos a la feria, alemanes, madrileños, franceses, vascos, navarros, marroquíes, lituanos, chinos y almerienses de toda la vida -los conozco- que huyen de aquí la segunda quincena de agosto, gentes en fin para quienes la feria carece de las connotaciones sentimentales que tiene para la mayoría, personas que quizás estén obligadas a trabajar estos días, o a las que les apetece seguir haciendo una vida normal y no pueden, porque la feria y la alegría son estos días en Almería absolutamente obligatorias.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.