EL RIOGENERACIONISMO
Joaquín Costa es el aragonés regeneracionista que concita un sentimiento más próximo a la idolatría. Fue un español utópico, convencido de que la tierra y el individuo son lo más importante y utilizado a su muerte por la dictadura de Primo
La carta con que el profesor Mainer se había puesto generosamente a disposición del viajero incluía este párrafo: 'Hay el Ebro regeneracionista. Recuerde el coro de repatriados en Gigantes y cabezudos, quizá la única obra popular sobre el 98, que se estrenó en el otoño de ese año (el paseo de Ribera de Zaragoza recuerda a los autores, Echegaray y Caballero)'.
El coro de los repatriados de Cuba -'Por fin te miro, / Ebro famoso, / hoy es más ancho / y más hermoso'- había hecho llorar a media España. Los repatriados volvían de Camagüey, Siboney, de las lomas de San José, nombres cuyo eco siniestro ya no se oye hoy, ahogado en la dulzura del bolero y el son. El gran año de la zarzuela española era el mismo en que Joaquín Costa publicaba Colectivismo agrario en España, su estudio fundamental.
Siempre fue difícil encajar a Costa en Aragón, hacerse con él. Hoy es más difícil que nunca. Veneran a Costa. De los tres grandes aragoneses regeneracionistas, Peral, Ramón y Cajal y Costa, éste es el que concita un sentimiento más próximo a la idolatría. Pero Costa es el hombre de la obra pública y del cauce: el regeneracionismo puede leerse perfectamente como la animalidad encauzada. Se entiende que Costa sea hoy más inaprensible que nunca: buena parte de la conciencia aragonesa no quiere más cauces en el Ebro, porque intuye, aun oscuramente, quizá falsamente, que sus necesidades de agua están ya cubiertas: y que el agua va a encauzarse sólo para las necesidades de los otros.
Una tarde el viajero se llega hasta el cementerio de Torrero, donde está enterrado el patriarca. Tal vez le mueva una voluntad de consenso: lo que menos se discute sobre Costa es que está muerto. Su entierro tuvo las características legendarias de buena parte de su vida y obra. Iba su cadáver camino de Madrid, del Panteón de los Hombres Ilustres, cuando un grupo de fieles asaltó la comitiva, secuestró el cadáver y lo enterró en Torrero. El esfuerzo del viajero para llegar a su tumba merece tenerse en cuenta. En los cementerios es en el único lugar donde ha experimentado el tedium vitae. Ni muerto quiere verse allí. Por fortuna, el silencio espantoso de las calaveras lo rompe cíclicamente el peloteo lejano de unos tenistas: nunca imaginó que en una de esas bolas peludas pudiera concentrarse una humanidad tan agradable.
El mausoleo de Costa es hórrido y su gato, poco acostumbrado a la vida social, recibe con un maullido que sólo puede provenir de la reencarnación. La inscripción dice: 'Aragón, a Joaquín Costa, nuevo Moisés de una España en éxodo. Con la vara de su verbo inflamado alumbró las aguas vivas en el desierto estéril. Escribió leyes para conducir a su pueblo a la tierra de promisión. No legisló'. Tal vez, la clave de la tradicional inaprensibilidad de Costa esté en esas dos últimas palabras. En 1903 fue elegido diputado por Unión Republicana, pero no ocupó el escaño y se retiró de la vida política: el León de Graus, como le llamaban atendiendo a su rostro rugiente y al lugar donde nació, era capaz de levantar España con los brazos; pero no podía con los insectos.
La cena es en casa de los Mainer. Todo es puro regeneracionismo en esta casa. Empezando por la cocina de Lola Albiac. Las primeras indagaciones sobre Costa y el costismo llegan a través de unos aguardientes centroeuropeos con los que la familia mantiene una relación de confianza.
-¿Quién es Costa?
-Un español utópico, fisiócrata, convencido de que la tierra y el individuo son lo más importante.
-Un prefascista, según Tierno Galván.
-Falso. Costa era un liberal radical, que no creía que la realización de sus proyectos fuese compatible, al menos en un primer momento, con la democracia. Pero la interpretación de Tierno es arriesgada: nada hay en Costa que anticipe el fascismo. El problema póstumo de Costa fue la utilización que hizo de él la dictadura de Primo.
-¿Un raro?
-¿Un raro...? Sí, es verdad, Costa es raro. En realidad, fíjese, parece más hispanoamericano que español, reclamándose siempre del Derecho. Luego está su caudillaje... lírico.
El viajero comenta luego la incomodidad que hoy provoca Costa en Aragón. El agua. El profesor le pregunta si quiere más aguardiente.
-Tengo aquí uno...., checo. De una calidad infinita.
Es bueno. Muy bueno. Como el láser.
-Ya no hay nada que regar aquí -razona Mainer-. No hay gente. Y los regadíos sólo son rentables cuando puedes obtener muchas cosechas al año y vender frutos fuera de temporada, como hacen los andaluces. Las cosas han cambiado.
Seguidamente, el profesor, para subrayar el cambio, entona una jota regeneracionista:
Pa que Aragón
sea rico
harán presas
y pantanos.
-Era muy popular. La cantaba José Oto a mediados de siglo. Hoy el cemento sólo se asocia a la destrucción.
El hotel está a dos pasos. La cama está fresca. El sueño vendrá pronto. El viajero lee un opúsculo de Costa que le ha fotocopiado Mainer, La voz del río. El río es el Ésera, uno de los que alimentan el canal de Aragón y Cataluña, instrumento de redención de la comarca de la Litera. Entonces, cuando Costa escribía, ese canal sólo existía en el empeño obstinado de su imaginación. La voz bronca del río le va hablando: 'Yo soy la sangre de la Litera, pero no corro por sus venas y por eso la Litera agoniza...'. La prosa evoluciona luego en un sentido utópico e imagina con pulso edénico la nueva comarca: 'El extranjero que haya pasado antes por aquí y contemplado con angustia los horribles páramos africanos por donde cruza avergonzada la locomotora, desde el Gállego hasta el Segre, lanzando silbidos que no son de aviso, sino de burla contra nuestro fatalismo musulmán y nuestra desidia mahometana, y vea la mágica transfomación obrada en 10 o 12 años, no podrá menos de exclamar: 'Aquí ha penetrado la civilización. Al fin ha dejado de ser esto un pedazo de África'.
El viajero se durmió, casi instantáneamente, al llegar a África. Pero aún le dio a tiempo a dar una vuelta de tuerca sobre la presunta ambigüedad política de Costa, hijo de un desgraciado país donde la pasión y la convicción siempre se han considerado de derechas.
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