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La sangría social y el diluvio

En España, sentimos una gran preocupación por el empleo. En los Estados Unidos, ninguna. En España, mantenemos sectores enteros de la economía (carbón, olivar, naval) para defender sus puestos de trabajo; en los Estados Unidos, ni se les ocurriría tal cosa.

En España, defendemos con uñas y dientes la supervivencia, incluso agónica, de las empresas; en los Estados Unidos, las empresas quiebran y desaparecen a las primeras de cambio. En España, existen multitud de políticas relativas a la creación, conservación y fomento del empleo; en los Estados Unidos, estos planteamientos son totalmente periféricos.

En España, el despido está severamente regulado y económicamente castigado; en los Estados Unidos, es muy sencillo y barato despedir a la gente. En España se tarda mucho en tomar la decisión de poner a la gente en la calle; en los Estados Unidos, se suele adoptar esta medida de forma rápida y preventiva. El resultado no puede ser otro que el que es: los Estados Unidos tienen poco más del 4% de paro y España tiene un 14% (y ha llegado a tener un 25%).

'Algunos pueden fustigar la crueldad de un sistema económico que genera un 4% de desempleo y elogiar la bondad de otro que produce un 14%

Creo en la teoría de que el hombre aprende de sus errores, que el pasado sirve de guía, tanto para saber lo que hay que hacer como para evitar caer en las mismas equivocaciones. Así que hay que suponer que la respuesta española al paro no constituye un error, una equivocación, sino que es el resultado de una elección deliberada y consciente. Está claro que en los Estados Unidos prefieren tener mucho empleo aunque sea inseguro y fluctuante y en España se prefiere tener mucho menos empleo pero extraordinariamente fijo y seguro. Una elección.

En los Estados Unidos, la política seguida refleja los intereses del conjunto de la sociedad; en España, la de los trabajadores fijos con empleos seguros. Dos elecciones. En los Estados Unidos, incluso con un práctico pleno empleo, los salarios crecen moderadamente; en España, con tasas de paro todavía muy altas, los salarios crecen desmesuradamente, sobre todo si se tiene en cuenta que todavía tenemos 2,3 millones de trabajadores en el paro. Tres elecciones.

Dejo a la consideración del lector decidir cuál es la clase social que ampara un sistema que ha asegurado tasas de paro elevadísimas con niveles de crecimiento económico más que decentes (la época socialista de los años ochenta es un buen ejemplo). Por lo visto, en España los parados nunca han formado parte ni de la economía ni de la sociedad. Pero los trabajadores fijos, los grandes beneficiados del sistema, sí son una razón social válida. De esta manera, algunos pueden fustigar la crueldad de un sistema que genera un 4% de paro y elogiar la bondad de un sistema que genera un 14%. Lo cual es particularmente notable si todo esto se afirma desde Vizcaya, como lo hacía en un artículo reciente Roberto Velasco (Ajustes de gran calibre, EL PAÍS, 6 de junio), un país que lo fue todo y que ahora es casi nada gracias a la determinación, el valor y la constancia de quienes defendieron sus empleos hasta la última subvención, ayuda o plan social.

Ellos resolvieron su papeleta -muchos se jubilaron con 50 años- y en consecuencia sus hijos y sus nietos están llevando a cabo una larga travesía en el desierto. Cuando desaparecen gigantes como Altos Hornos de Vizcaya o La Naval de Sestao (ésta última dando sus últimas boqueadas) lo que queda es un desierto, un desierto que Roberto Velasco conoce muy bien.

Y todo se hizo con la mejor intención del mundo, para evitar eso que Roberto Velasco llama 'sangrías sociales innecesarias'. Mi impresión personal es que la política practicada se disfrazó con las galas de la solidaridad social pero que, en realidad, consistía en un puro y duro 'después de mí, el diluvio' practicado por metalúrgicos que afirmaban ser unos rojos indómitos. Pero hoy sabemos que no era verdad.

Cuando un gobierno socialista, que llevó el gasto público hasta el 50% del PIB -el porcentaje más alto de la historia- y elevó la deuda pública de 3 a 40 billones, entre otras cosas, deja, después de trece años en el poder, una tasa de paro mayor que la que encontró, un socialdemócrata de pro tendría razones más que suficientes para preguntarse acerca de la bondad de las políticas practicadas. Manteniendo un alto nivel de preocupación por las consecuencias sociales (o sea, por los fijos, maduros y masculinos), habría que preguntarse si la negativa a entender la realidad ayuda a la sociedad en su conjunto y ayuda a los directamente afectados. Mi opinión es que no ayuda en absoluto, ni siquiera a los implicados (a menos que se quieran jubilar anticipadamente).

En economía, muchas veces no hay soluciones buenas o malas sino malas (la sangría social) o peores (el diluvio). Las propuestas del señor Velasco son, si nos atenemos a la experiencia empírica, las peores.

Antton Pérez de Calleja es economista.

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