Vivir la noche con gracia
Miles de noctámbulos vuelven a participar en las múltiples actividades que propone la fiesta mayor
Viernes por la noche. Los turistas, aparentemente la única presencia humana en Barcelona durante un fin de semana de agosto, llenan los vagones de los trenes de la línea 3 del metro. '¿Para ir a la fiesta de Gràcia?', pregunta, en inglés, un italiano a un alemán, 'hay que bajar en Fontana', responde el germano con una botella de cerveza en mano. Rozando la medianoche, la parada de Fontana del suburbano está prácticamente colapsada por la cantidad de personas allí congregadas. La estación recuerda a un gran almacén al inicio de las rebajas estivales: música melódica de fondo, mucho calor humano y largas colas para poder acceder a la calle por las escaleras mecánicas. La razón del atasco se encuentra en la entrada, parece que medio mundo ha quedado con la otra mitad en ese punto para comenzar, un verano más, el festivo recorrido nocturno por la villa.
Gràcia celebra su fiesta mayor combinando los actos tradicionales con nuevas ofertas lúdicas
En la superficie, miles de personas pasean por las estrechas calles de Gràcia, que celebra, con las buenas temperaturas estivales, los días grandes de su tradicional fiesta mayor. 'Aquí ya no cabe mucha gente más', comenta un guardia urbano encargado de vigilar la salida de la estación. El ruido impide continuar una conversación coherente con el agente. A su lado, una joven no para de gritarle al teléfono móvil; parece que su interlocutor llega una hora tarde al encuentro y su paciencia está a punto de agotarse.
Cómo luchar contra la corriente humana parece misión imposible, casi todos los congregados inician su recorrido por la fiesta tomando la calle de Astúries como primer destino para, desde allí, adentrarse en el corazón del distrito número seis de Barcelona. A primera hora de la noche, la zona más concurrida es la calle de Verdi, donde se encuentran las decoraciones vencedoras del concurso de calles engalanadas.
El ruido inunda la parte media de la calle. Algunos vecinos de esta vía, sentados y sin parar de abanicarse, contemplan como una multitud salta entusiasmada vociferando los estribillos de los grandes éxitos del rock de la década de 1980 que interpreta la orquesta desde el escenario. El sector adolescente del auditorio bebe y, con cara extraña, mira el comportamiento de los que consideran sus mayores al oír canciones que le son totalmente ajenas. La humareda que emite la reproducción de un volcán instalado por los vecinos en la entrada de la calle confunde el paso de aquellos que intentan pasear rodeados de soles, lunas o nubes que adornan la calle, que ha merecido el segundo premio del certamen.
Ascender por Verdi supone pasar de los cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego) situados en la zona media a un inmenso conjunto de presos huyendo de una cárcel llena de colores, adornos de la zona alta, merecedora del primer premio. 'Todos los años ganan las asociaciones de vecinos de Verdi, son los que más pasta tienen', explica, casi en forma de protesta, un joven que contempla la decoración instalada entre las calles de Providència y Martí.
Más abajo, en la zona del callejero de Gràcia dedicado al gremio de los joyeros, se han reunido los participantes de la denominada 'fiesta alternativa'. Aquí, la decoración no son elementos realizados en papel maché, sino las pancartas que durante estos días se han visto en Barcelona como apoyo a los inmigrantes indocumentados. 'Somos un ejército de soñadores, por eso somos invencibles', reza uno de estos carteles en la plaza del Diamant. La frase se repite entre los pasquines y folletos que se reparten en los puestos situados en las vías colindantes a la plaza y en los que se informa sobre el programa alternativo que organizan las casas okupadas del barrio coincidiendo con la fiesta.
La música que suena aquí es el flamenco pop y la bebida preferida, el vino mezclado con refresco de cola. El comentario más extendido de la noche hace referencia a que el alcalde, Joan Clos, tuvo que abandonar el bario tras el abucheo que recibió en su visita a la plaza del Diamant durante la tarde del viernes. Clos soportó así la crítica de parte de los vecinos de Gràcia por la actuación de la Guardia Urbana en la detención de 112 de los africanos que habían sido desalojados días atrás de la plaza de Catalunya.
Aunque lo tradicional en las noches de Gràcia es acudir a una plaza donde se celebran bailes amenizados por una orquesta, la oferta se va ampliando y distintas calles presentan otras alternativas para los noctámbulos. Disfrutar de un espectáculo de payasos, bailar en una discoteca instalada en plena vía pública, escuchar habaneras, jugar al bingo o encontrar una pareja con la que recordar el pasodoble son algunas de las propuestas que pueden encontrarse entre el laberíntico recorrido de calles que forman este barrio. Todo esto regado con cava, sangría o cerveza y acompañado por algo de comida. Los puestos venden, fundamentalmente, bocadillos y dulces. El negocio parece que no va tan bien para los vendedores de camisetas y otros recuerdos del festejo.
En la calle de Tordera, con la rumba catalana como banda sonora, la fiesta de Gràcia ofrece su aspecto más familiar. La pequeña Nuria juega con su pistola de agua, mientras sus víctimas recuerdan a su progenitora inmediatamente después de recibir el líquido elemento. La iniciativa de la niña parece animar al resto de los asistentes y, hacia las tres de la madrugada, se vive una auténtica guerra de pistolas de agua que refresca la noche y habrá llevado a más de uno a regresar empapado a casa.
La discoteca móvil, instalada en la calle de Puigmartí, repite los éxitos musicales del verano. Un grupo de jóvenes no para de gritar que quiere 'bailar toda la noche', lo que consigue entre Sarandongas, corazones rotos que suenan a country y caras coloradas. Ellos son, prácticamente, los últimos supervivientes de los efectos de la noche de Gràcia.
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