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Crónica:SEMANA GRANDE DE SAN SEBASTIÁN | LA LIDIA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Las faenas interminables

Enrique Ponce empezó estupendamente su faena al cuarto toro, luego no le veía el fin y el éxito (discutible) que finalmente tuvo pudo acabar como el rosario de la aurora.

Se llevan mucho en la neotauromaquia las faenas interminables. Los partidarios de sus artífices dicen que el torero da tantos pases pues está muy a gusto con el toro. Sin embargo, parece más cierto que es el toro el que está a gusto con el torero.

Los aficionados auténticos siempre sospechan de las faenas interminables porque son reveladoras de que se le está haciendo al toro un toreo superficial, muy alejado de la hondura característica del toreo puro. Cuando a un toro se le hace el toreo hondo, en unos escasos tres minutos, podrán ser cuatro, ya está pidiendo la muerte, y el propio torero seguramente ya no aguanta seguir soportando la enorme tensión que produce torear cargando la suerte y ligando los pases.

Pilar / Ponce, Finito, Castaño

Toros de El Pilar (dos devueltos por inválidos), los tres primeros anovillados impresentables, resto de mejores hechuras; flojos, poca casta, manejables. Sobreros: 3º de José Ignacio Charro Sánchez Tabernero, discreto de presencia, manso, noble; 4º, de Charro de Llen, con trapío, manejable. Enrique Ponce: pinchazo, otro perdiendo la muleta, bajonazo, rueda de peones -aviso- y se echa el toro (silencio); aviso antes de matar, estocada corta ladeada, rueda de peones y se echa el toro tras larga agonía (oreja). Finito de Córdoba: estocada baja (ovación y salida al tercio); pinchazo bajo, estocada corta ladeada y rueda de peones (silencio). Javier Castaño: bajonazo infamante a toro arrancado (ovación y también pitos cuando saluda); pinchazo tirando la muleta y saliendo perseguido, estocada tirando la muleta y rueda de peones (oreja). Plaza de Illumbe, 16 de agosto. 5ª corrida de feria. Lleno.

En la epidemia de las faenas interminables seguramente tiene parte de responsabilidad Enrique Ponce, que las ha convertido en fundamento de su personalidad torera. Ahora mismo Enrique Ponce es el torero que más avisos haya oído en la historia de la tauromaquia y apenas se le conocen faenas que no le hayan sido avisadas, a veces por partida doble.

Un aviso por toro tuvo Enrique Ponce en esta corrida de la feria donostiarra. El primero, tras una faena insulsa, ventajista, con más trucos que una película de chinos. El segundo, en el transcurso de otra faena que inició mediante muletazos de excelente corte y luego se puso pesadísimo, sin decidirse a concluir.

Y sucedió lo normal en estos casos: que después de haber dominado al toro mediante tandas de derechazos templados y ceñidos (por naturales sólo ensayó una serie testimonial, breve y mala), pasó al toro de faena. Y el toro no se le cuadraba. Y, llegado este momento, tampoco parecía Ponce disponer de los recursos adecuados para resolver el problema. De manera que montaba la espada y el toro le echaba la cara arriba; o iba a perfilarse y se le descuadraba; o pretendía fijarlo y se le marchaba, no se sabe si descompuesto o mohino.

Aún no había entrado a matar Ponce cuando el presidente le envió un aviso. Finalmente se decidió a ejecutar el volapié entrando a la caza sin miramiento de la buena escuela y cobró una estocada corta de mortíferos efectos. Y a la gente le pareció bien. Pero fue entonces Ponce y elevando al cielo los brazos hizo un llamativo gesto de exasperada queja por el infortunio vivido. Y -¡oh maravilla!- reaccionó instantáneamente el público ofreciéndose a consolarlo con una desaforada petición de oreja, que la presidencia concedió y el torero exhibió en triunfal vuelta al ruedo.

Los públicos de la neotauromaquia recuerdan mucho a los de los conciertos de música sinfónica. Antiguamente los públicos taurinos no tenían parangón porque conocían la lidia hasta sus más mínimos detalles y se manifestaban en consecuencias. Ahora, en cambio, como la desconocen, es fácil engañarlos con una caña y se ponen a aplaudir como locos cuanto se mueva. Los públicos de los conciertos son igual: ignorantes en su mayoría de la música, premian cada pieza con ovaciones delirantes, así hayan chirriado las violas o los fagotes hecho pedorretas.

La facilidad aplaudidora del público donostiarra, que es del corte aludido, no logró estimularla Finito de Córdoba, autor de una faena por derechazos poco fundamentada, otra por naturales sin echar la pata alante según mandan los cánones.

Javier Castaño le montó al primer sobrero otra faena malísima por derechazos, muy aplaudida. Y al toro sexto una también interminable, voluntariosa y sin arte alguno, muy aclamada; y aunque mató mal le dieron la oreja. Que es de lo que se trataba. Y, al ver la oreja peluda en la mano del torero, la gente se sintió harto feliz.

Javier Castaño, durante la faena de muleta a su segundo toro.
Javier Castaño, durante la faena de muleta a su segundo toro.JESÚS URIARTE

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