MIJAÍL BARISHNIKOV CONVIERTE A LOS CLÁSICOS EN MODERNOS
Con música o sin ella, armado de una cámara de vídeo, arropando a unos cuantos bailarines a los que dobla en edad, el bailarín ruso dicta lección en Edimburgo
PASTForward -el espectáculo que ha traído Mijaíl Barishnikov a Edimburgo con el White Oak Dance Project- es un repaso de lo que podríamos llamar el ballet posmoderno mirado desde el paso del tiempo y un homenaje a sus autores más conspicuos. Al público de hoy todo esto le impresiona mucho menos que al de 1964, cuando se estrenaron coreografías como Flat, de Steve Paxton -donde un hombre se desviste y vuelve a vestirse tras colgar la ropa en su propio cuerpo, o Carnation -la lucha de una mujer con un sandwich que no lo es y una bolsa de plástico que sí-, de Lucinda Childs. Cuesta creer que las sonrisas provocadas por esta última en quienes en The Edimburg Playhouse confundían el martes la danza con el mimo -¿mala influencia del exceso de oferta callejera?- no hubieran sido rictus de consternación 37 años atrás.
En sus mejores momentos, PASTForward nos lleva a una suerte de inteligente correspondencia de las artes. Es lo que nos proponen las piezas que lo integran, es cierto, pero vistas así, juntas y complementarias, el resultado es como una visita a las salas más modernas del museo imaginario de la danza. Un museo en el que hay, cómo no, precursores, como el citado Paxton en Satisfyn lover y su consecuente The matter, de David Gordon. Aquél sin música alguna, como una muestra de la independencia de la danza en su manifestación de una interioridad para la que se bastara el cuerpo solo, este una parodia de La bayadère de Minkus. En Chair / two times de Gordon son los bailarines quienes susurran nada menos que Barras y estrellas. En Talking solo, de Ivonne Rainer, Michael Lomeka recita a Nabokov. En Chair pillow, también de Rainer, suenan Ike y Tina Turner.
No falta la apelación al ballet más clásico, en Whizz, de Deborah Hay, en Foray Foret, de Trisha Brown, y, sobre todo, en Concerto, de Lucinda Childs, con música de Górecki. Quizá la síntesis ideal se dé en Trio A Pressured #3, una coreografía de Yvonne Rainer, con música de los Chamber Brothers, estrenada en 1966 y en la que Raquel Aedo estuvo prodigiosa. Como lo estuvo el propio Barishnikov en Homemade, de Trisha Brown, una pieza en la que el movimiento del bailarín se complementa con un vídeo de una actuación pregrabada que la cámara que aquél lleva a la espalda proyecta tras de sí en una pantalla gigante.
Mezcla de minimalismo, de documental -los coreógrafos explican su trabajo en una filmación que precede a cada obra- y de happening, PASTForward es una impagable mirada a un pasado inmediato y al futuro que abrió. Las piezas de más edad se revelan como clásicos bien fértiles. Y los hijos se parecen a sus padres.
Como Nureyev, Barishnikov (Riga, 1948) se formó en Rusia, pero un día decidió no volver. Durante una gira por Canadá, en 1974, el entonces bailarín del Kirov de Leningrado prefirió quedarse. Pero no sólo para seguir con Giselle o El lago de los cisnes. Su entrada en el New York City Ballet en 1978 cambió su vida. Doce años después fundaba el White Oak Dance Project con Mark Morris. Aportando su enorme sabiduría en el repertorio clásico a las coreografías más modernas, Barishnikov ponía su firma a montajes de nombres como Martha Graham, José Limón o Merce Cunningham en un proceso que le llevaría a ocuparse de piezas como las presentadas en el Festival de Edimburgo. Hoy, Barishnikov no baila como antaño. 53 años pueden ser demasiados. Pero aporta su nombre a una idea que funciona como el primer día, trata de recuperar los productos más arriesgados de los sesenta y, de paso, hacer de la danza algo cercano a la vida real. Se acuerda, dice, de sus días rusos, pero no los echa de menos.
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