_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vía única

Soy un hombre, como el del relato y la película, que mira pasar los trenes. Suelo soñar que los pierdo, eso sí, que llego siempre tarde y que el que habría de llevarme a un destino feliz acaba de salir, lo veo alejarse mientras corro inútilmente por el andén desierto. En fin, cosas mías y de mi psicoanalista, cuando lo tenía. Durante casi todos los años de mi vida he vivido al lado del ferrocarril, en la calle de Pelayo de Valencia, en la avenida de Vila-real de Castelló (hasta hace bien poco, que el progreso enterró las vías y desenterró motos y coches, de estrépito más molesto que el rumor clásico del tren), y también cada verano entre el mar y mi casa. Desde la terraza, pues, veo pasar los trenes, de cercanías y de lejanías, de mercancías y euromeds. Los veo pasar con toda majestad y parsimonia, porque no pueden correr, cargados de contenedores, de coches o de jóvenes ejecutivos de mejilla pegada al teléfono móvil. Es igual: por delante de mi casa no corren. Pasan lentos saliendo de estrechos cortes de roca, entran en cerradas curvas trazadas hace ya un siglo y medio, rozan el mar sobre elevados y precarios terraplenes, pasan al lado de antiguas torres de guardia contra piratas del mar, y así van haciendo su histórico recorrido turístico, un tren tras otro, turnándose en las dos direcciones, porque sólo hay una vía. En efecto, entre Valencia y Barcelona, capitales famosas de países poblados y de mucho comercio y mucha industria, el ferrocarril de ancho español sólo tiene una vía, la que proyectaron esforzados ingenieros de levita y sombrero de copa. Ya sé que, tarde y mal como suele pasar con toda obra pública del estado en el País Valenciano, ya hay tramos de vía doble y un poco europea si no en anchura al menos en velocidad. Ya sé que se trabaja, sin prisas, para hacer vías del siglo XXI allí donde todavía son del XIX. Pero eso es lo que hay por ahora, delante de mi casa: vía única. Lo cuento por ahí fuera, y nadie se lo quiere creer.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_