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Banyoles, el turismo tranquilo

Banyoles tiene a su favor el hecho de contar con un lago. 'Estany' le llama allí con toda la modestia. Mide unos 7.700 metros de perímetro y es el mayor de España, lo cual debería ser suficiente para que la población de Banyoles figurara con honores de paraíso en los mapas turísticos, pero no siempre es así. Por si se precisa un aval oficial, conviene recordar que un decreto de 1951 declaró el lago de Banyoles 'paisaje pintoresco' y aseguró: 'Constituye, sin duda alguna, el paraje lacustre más interesante y pintoresco de España'. Poca broma, pues, con Banyoles. Tiempo atrás hubo un balneario junto al lago, el de la Puda, con aguas sulfurosas de fama acreditada, pero ahora sólo quedan unas ruinas pendientes de destino. Lástima. Uno tiene la impresión de que un balneario encajaría la mar de bien en el ambiente plácido de Banyoles. Pla también lo intuía. En su Viaje a la Cataluña vieja escribió en la década de 1940: 'Por el camino que lleva, Banyoles se convertirá en centro termal elegante y quizá algún día veremos algún adulterio sensacional y divertido'.

En el Museo Darder puede verse todavía la vitrina que acogió al bosquimano disecado. Está arrinconada en una sala.

De momento, que se sepa, Banyoles no sigue el camino profetizado por Pla. La población podría haber sido, en efecto, un centro termal a la francesa, con el lago como gran atracción, pero el turismo se limita a pasar de refilón por Banyoles. Los autocares vienen de la Costa Brava, se detienen un par de horas junto al lago y prosiguen viaje a Besalú. 'Es un turismo de passavolants', se lamentaba un banyolense. 'Ni siquiera entran en el pueblo a ver la plaza'.

El lago, cuando le da la luz exacta, que suele ser hacia el atardecer, se convierte en un lugar bellísmo, con un aire romántico refrendado por las siluetas de los olmos y los sauces y por la original arquitectura de las pesqueras, las casitas de baño que se levantan en la orilla. Es entonces cuando el agua del lago se tiñe de un azul irreal, mágico, lejos del color blanquecino -a veces de 'cursilería de colegio de monjas', escribió Pla- que suele tener al mediodía, cuando las barcas lo surcan en silencio y las bandadas de gaviotas cada vez más numerosas se posan sobre sus aguas.

El lago de Banyoles siempre ha tenido fama de misterioso. Lo alimentan dos manantiales subterráneos y salen de él varias acequias, con lo que da la impresión de que su caudal surge de la nada. Entre las leyendas que corren sobre el lago hay una que indica que sus aguas están sobre un viejo cráter que, a través de túneles laberínticos, conduce a lugares lejanos. La imaginación popular habla incluso de un pobre hombre que desapareció en el lago y apareció nada menos que en Mallorca. Los paraísos, por lo que se ve, se comunican entre ellos.

Tras el accidente traumático de hace unos años, en el que perecieron varios jubilados franceses al hundirse una barca, el lago parece recuperar su ritmo poco a poco. Un entorno cuidado, con mucho respeto por la ecología, lo favorece. Los barcos que surcan sus aguas tienen ahora todas las garantías, y un turismo tranquilo, con mayoría de la tercera edad, suele navegar por el lago al ritmo de alguna canción melancólica. Por otra parte, los bares y restaurantes que se levantan en la orilla han perdido ya la decoración cutre que los caracterizaba hace años, cuando uno de ellos anunciaba la sensacional atracción de una carpa llamada Ramona y de 'un pez japonés que come cacahuetes con la cáscara'. Todo lo que hay ahora, en un mostrador incipiente, son ofertas de ajos de Banyoles y de botellas de moscatel con una postal del lago pegada al envase.

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Si, venciendo las imposiciones de las prisas, uno se adentra en el pueblo, se verá premiado con la visión de una de las plazas más hermosas de Cataluña, una plaza en la que cada miércoles se celebra un original mercado bajo los plátanos y que está rodeada de 40 elegantes arcos. En Un petit món del Pirineu, Josep Pla escribió que le hubiera gustado vivir en esta plaza: 'La plaza porticada de Banyoles es una maravilla. Estoy enamorado de ella. (...). Si pudiera, viviría aquí -y exactamente pasaría gran parte del día y de la noche en esta plaza. Sería como vivir en Italia. Cuando estuviera cansado de la fonda y de los cafés, pasearía bajo los arcos. Ver el mundo exterior a través de estos arcos es más normativo que el caos de la Universidad'.

Además de la plaza, Banyoles tiene otros lugares interesantes, como el monasterio de Sant Esteve, alrededor del cual se reunió la población, el palacio gótico de la Pia Almoina (donde se encuentra el Museo Arqueológico) y el Museo Darder, famoso por haber albergado nada menos que al célebre negro de Banyoles, que tantos ríos de tinta hizo correr. En el museo puede verse todavía la vitrina que acogió al bosquimano disecado. Está arrinconada en una sala, se supone que a la espera de la reforma que tiene que pagar el Gobierno español. Es una de las contrapartidas pactadas por la entrega del negro disecado. La otra, el rescate de la arqueta robada de Sant Martirià, en manos de un anticuario extranjero, no acaba de concretarse, lo que hace que los banyolenses anden un tanto mosqueados y murmuren: 'El negro ya no está aquí, pero la arqueta tampoco'.

En las restantes salas del museo Darder pueden contemplarse los animales donados en 1916, dos años antes de su muerte, por el que fuera ilustre zoólogo y fundador del parque zoológico de Barcelona. Hay, entre otras piezas, un par de leones disecados, un avestruz, un gran danés y muchas aves. También hay un par de corderos con dos cabezas y alguna otra rareza. Dicen que el doctor Francesc Darder decidió donar su colección, que incluía al famoso negro, al Ayuntamiento de Banyoles en agradecimiento por las atenciones de la población cuando fue a tomar las aguas al balneario de La Puda. Dicen también que uno de los leones exhibidos es el que le atacó y le produjo una herida que, al infectarse, le causó la muerte. Curiosamente, el primer libro de Darder, publicado en 1876, se titulaba Hidrofobia, lo que no parece encajar demasiado con su afición a tomar las aguas en Banyoles. Son ironías del destino. O de los paraísos perdidos.

El lago de Banyoles, hacia el atardecer, se convierte en un lugar bellísimo con un aire romántico.
El lago de Banyoles, hacia el atardecer, se convierte en un lugar bellísimo con un aire romántico.PERE DURAN

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