Otra leyenda negra
Pienso a veces en esta cuestión de los inmigrantes vista desde ellos. Pienso que habrá entre estos azuzados historiadores, escritores, poetas, pintores, incluso políticos del futuro; y que ellos y sus hijos relatarán un día lo que están pasando y la criminalidad política, municipal o autonómica de España: o sea de los españoles, porque sería demasiado pedirles que se fijasen en nuestras manías de entre dos siglos; reflejaran nuestra crueldad, nuestro desprecio, nuestra condición inhumana.
Quizá se remonten a los siglos anteriores: a las cazas y compraventas de esclavos negros a los que hoy hurtamos ese nombre y llamamos subsaharianos para no decir palabras desgraciadas: estudien a los que hicimos la colonización de África; y a ocupaciones europeas de África, con las españolas pequeñas y mal hechas, y con algo que les parecerá vergonzoso alguna vez como es el trato, abandono y venta de los saharianos, y la utilización de los marroquíes para acabar con españoles libertarios.
Derivarán sus historiadores y sus poetas -los que ahora imploran piedad a los pies de los gobernadores- de lo que pasó en aquellos siglos -el que apenas ha pasado: el nuestro, el de quienes estamos hoy vivos- que nunca les tratamos con humanidad ni les pusimos a nuestro nivel: que les enseñamos sólo religión para que fueran serviles y tuvieran miedo y algo de idioma para que fueran útiles; que les abandonamos después en manos de caciques, reyes, militares, a los que colocamos para que ejercieran más crueldad que la nuestra, después de haberles habilitado en nuestras academias; y que cuando una de nuestras grandes aventuras, la de la opción comunismo-capitalismo, nos permitió terminar para siempre con nuestros intereses en ellos, nuestras capturas y nuestras compras, les dejamos solos con sus enfermedades, sus hambres y sus guerras; y contarán cómo les diezman cuando quieren huir de aquel infierno que hicimos para llegar al escaparate blanco.
Vaya escaparate. Pasean por él perseguidos, azuzados, pataleados: no vaya a ser que estropeen el idioma catalán o el castellano, o que asusten a nuestros niños, o que abaraten nuestros barrios baratos.
Estas epopeyas africanas, estas hazañas nuevas de sus carreras por Barcelona y por Cuenca, serán relatadas un día. Los españoles seremos una vez más los miserables de la historia: digo por cómo lo somos en las pinturas de Diego Ribera o de Orozco. No es que me importe mucho: la posteridad no existe para el individuo. Pero quizá pienso en eso como en una especie de reivindicación histórica. Siempre habrá alguien, sin embargo, que considere que es una leyenda negra.
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