_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Contra banales

'Se me viene a la cabeza el grito de Bábel: la banalidad es la contrarrevolución. Lo que significa que la cosa viene de lejos y de todas las direcciones. ¿Qué es, pues, la banalidad?', le pregunta Gurutze Galparsoro a José Jiménez Lozano en su libro de conversaciones Una estancia holandesa, que releo al sol. Podría reproducir aquí la respuesta que le da el escritor, pero considero que, en realidad, la totalidad del libro es una respuesta a esa pregunta. La banalidad literaria, la componenda crítica, la nadería educativa... desfilan por él con una vocación sin duda polémica, pero con un afán decidido de tocar la llaga. Sin tapujos.

Conozco bien a Gurutze Galparsoro. Su mirada azul es como la de un microscopio y tiene un olfato infalible para captar lo esencial allí donde se encuentre y arrinconar la hojarasca en el cuarto de los cachivaches. Es además una persona que sabe reír, y esto es para mí fundamental. Divido el mundo entre los que saben reír y los que no saben hacerlo, y mis conclusiones en este sentido suelen ser categóricas. Hay por ahí una persona muy prestigiosa con la que tuve la oportunidad de cenar en cierta ocasión. Cuando lo oí reír me dije: eso no es una risa, eso es un simulacro; seguro que el resto de su vida es igual. Creo que no me equivoqué. Pero sigamos con Gurutze, sobre la que quiero añadir que sabe también hacer de la felicidad un monumento a la elocuencia. En la Camera degli Sposi del palacio ducal de Mantua ante los frescos de Mantegna, por ejemplo. En momentos así, no es que rezume felicidad, sino que la felicidad la rezuma a ella.

En este caso la cámara es holandesa y tampoco esta vez se va ella por las ramas. Va derecha al grano y el grano es aquello de lo que ya no se habla, o de lo que se habla con cierta vergüenza; en definitiva, aquello de lo que no se quiere hablar. Y encuentra un colaborador eficacísimo en José Jiménez Lozano, que parece disfrutar con la conversación y que evidentemente está por la labor. Por supuesto que el centro de la conversación es él: su biografía, su literatura, sus opiniones. Pero lo que salta de todo ello es, además de una voz personalísima, un campo de discusión que legitima una perspectiva crítica. Aquí no habla ningún bando, no estamos en ningún intercambio acotado por una ideología. Aquí se reivindica la libertad de hablar sin miedo alguno a contravenir al discurso dominante. Y de hablar con conocimiento de causa, con solidez de criterio. No se trata de epatar, de provocar el escándalo. No se puede ser banal contra la banalidad.

Sobre la literatura, por ejemplo, entendida como infección de vida y no como un juego demiúrgico reinventor de la realidad o del lenguaje. O de la crítica, capaz de destrozar a un escritor o de ensalzarlo hasta el Olimpo, con efectos igualmente destructivos en este caso, al convertirlo en alguien más grande que su obra, en puro nombre -flatus voci- y diarrea de nombre. Sobre el fascismo como situación cultural: 'Si nuestros valores de hoy son el dinero, que configura una raza escogida, el éxito, el cultivo del cuerpo, la fuerza bruta, la risibilidad de la ética, la inmisericordia... usted me dirá si acaso es siquiera necesario que alguien toque un tambor o nos ponga un uniforme negro o pardo'. Sobre la Iglesia y su actual chabacanería litúrgica. O esta fantástica pregunta que resume la vocación desinhibida del libro: Y, ¿cómo ser santo cuando Dios ha muerto?

Pero lo que no tiene desperdicio en el libro es la discusión sobre la educación actual, cuyos presupuestos cuestiona, así el célebre 'aprender a aprender', o el desarrollo de la creatividad, o la motivación a la lectura y la consiguiente banalización de la idea del libro. La educación actual sería mucho más hipócrita que la antigua y modelaría al niño conforme a un esquema-tipo de oveja sumisa a los estereotipos del tiempo: el mundo como jardín de las delicias y el ocultamiento de la naturaleza trunca de la vida humana. Sus consecuencias: 'En el fondo, se trataría de no asumir nuestras propias culpas echándolas sobre los muertos y el pasado, y algo más terrible aún: proclamar la inevitabilidad del mal, su aceptación como un fatum desencadenado por otros y llevado a cabo irresponsablemente por nosotros mismos'. Mi llaga, tu llaga, su llaga. ¿La de todos?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_