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Columna
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Respuestas

La escena se apresta a repetirse. Disponer a medianoche una tumbona con niño a contemplar el cielo y detectar estrellas fugaces, es exponerse a las preguntas peligrosas. Ese, ¿quién hizo el universo? o ¿por qué si Dios está en el cielo, no le vemos por lo menos las piernas?, manifestado con candor, esconde todo el miedo adulto a la sencillez de las cuestiones que se rehuyen a diario y nunca tienen respuesta. El recorrido mental por todos los manuales que han estructurado nuestra vida no permite sino una explicación de circunstancias. De las de aprobado justo. La intrusión religiosa de los primeros padres en el relato científico aumenta la confusión infantil. Año tras año su deseo de conocimiento crece al tiempo que la ignorancia adulta. Una ignorancia básica, con malestar, que no puede ser expresada. Y los libros, esos artefactos que nos hacen libres, que expanden nuestro horizonte, nunca sirvan para contestar preguntas sencillas. Para desvanecer nuestra propia perplejidad. Porque a pesar de saber las cosas leídas y subrayadas, no tenemos grandes explicaciones. Convicciones sólidas sobre la vida y la muerte. El porqué de la ignorancia. Las razones de la codicia. La explicación de por qué hay personas que desean el mal. Por qué en un pequeño departamento universitario reina, como en La Gata sobre el tejado de zinc caliente, de Truman Capote, una atmósfera de mendacidad. En esas noches húmedas uno pediría instrucciones de uso de la vida, como en la novela de George Pérec. Echamos en falta que nuestro conocimiento esté ordenado en catecismos, en decálogos para integrar cualquier duda, pregunta o definición. Sólo nos resta esperar a que el tiempo provoque la convergencia familiar de las dudas, que llegue ese momento en el proceso de aprendizaje en que aparezca la idea de límite. Y que se presente también un día en que el perfil amable de los recuerdos coincida con una noche de agosto de preguntas sin respuesta, en la que un niño comenzó a hacerse a la idea de por qué a Dios, el Dios de Abraham, ausente de la explanada de las Mezquitas, no le veamos las piernas.

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