El patio
La alcoba de este hombre solitario da a un patio interior y para él toda la humanidad se resume en 15 ventanas, a través de las cuales ve las cocinas, dormitorios, estudios, cuartos de baños y salas de estar de los vecinos. La vida se halla enmarcada en los vanos abiertos en la pared de enfrente que al anochecer se iluminan como las pantallas de un cine. Durante todo el año este hombre solitario ha contemplado desde su habitación a la madre que acuesta al niño, a la pareja que hace el amor en el sofá, al viejo que se lava la dentadura en el lavabo, a la jovencita que se pinta ante el espejo, a la mujer que prepara la comida, las siluetas de muchas cabezas frente al televisor, las luces que se apagan para irse a la cama. Este hombre ha oído toda clase de gritos, peleas, insultos y canciones, aunque de todos los sonidos el más contumaz ha sido el del piano. En la ventana del tercero un joven aprendiz se pasa los días tratando de interpretar el Claro de Luna de Beethoven. El hombre ha oído esa melodía obsesiva a lo largo del año y si bien el joven aprendiz ha hecho algunos progresos, ahora ya es agosto de nuevo y todavía se atranca en algunos compases que le obligan a repetir la partitura una y otra vez. Con la llegada de las vacaciones las ventanas del patio han bajado las persianas como si la vida hubiera terminado. Este sábado de agosto la ciudad desierta ha quedado sólo a merced de los perros abandonados sin collar y en ella reina el hedor de las alcantarillas. Las tiendas están cerradas, las terrazas tienen las sillas apiladas y los toldos recogidos. Todo el mundo se ha ido a la playa y pese a esta desbandada general en el patio interior persisten abiertas dos ventanas, la del hombre solitario, a quien acaba de dejar su amante y la del pianista que sigue tocando el Claro de Luna y tropezando en los mismos acordes en medio de la soledad. El hombre es algo poeta y piensa que fuera del patio está todo lo que existe y es real, las palmeras, el cielo azul, el poder, los espectáculos, el oro, los jóvenes. Tal vez la amante fugitiva se sentirá feliz entre ellos abrasada en la arena. Pero también cree que dentro del patio ha quedado sólo lo que él es capaz de imaginar. El hombre observa por la ventana las cuerdas de los tendederos. Todas están vacías excepto una donde cuelgan unas bragas que la mujer ha dejado deliberadamente olvidadas y ahora, mientras el piano repite una y otra vez el Claro de Luna, sobre ellas se ha parado una golondrina. Unos llaman amor y otros dolor a esta soledad.
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