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Reportaje:VIAJE POR EL EBRO (11) / SÁSTAGO

NAVAJAS DE MARGARITANA

Las conchas utilizadas en los mangos de los cuchillos empezaron a faltar en Sástago cuando el río se paró.

El viajero se detiene en Sástago porque le hablaron de las navajas de margaritana. Tarde o temprano, cualquier viajero ha de acogerse a los versos con que Borges justificaba sus incursiones de milonga en el alma de un tal Jacinto Chiclana: 'Señores, yo estoy cantando / lo que se cifra en el nombre'. Los nombres son destinos y es así como llegó a Sástago.

La margaritana es una almeja de agua dulce con forma de oreja. Su concha es gruesa y pesada, negruzca por fuera y nacarada por dentro. Para desarrollarse necesita de un pez anfitrión que transporte a las larvas, adheridas en sus aletas o branquias. El viaje dura hasta que la almeja, ya plenamente desarrollada, se desprende de su pez y cae sobre los lechos fangosos, donde vivirá. Sólo hay margaritanas en el valle del Ebro: quedan algo más de dos mil ejemplares, localizados en el canal Imperial de Aragón principalmente, y, al parecer, todos son muy viejos. En la vejez de los ejemplares supervivientes está la explicación principal de que la especie se encuentre al borde de la extinción: los peces anfitriones donde las larvas del molusco iniciaban su viaje han desaparecido del río o están en trance de hacerlo. No se sabe con exactitud cuál era el pez que las animaba: pudo ser el esturión o el pez fraile o la saboga o algún otro. Todos se han visto drásticamente afectados por los cambios en el hábitat: por la imposibilidad de sus cíclicas migraciones a partir de la construcción de las grandes presas, por la pérdida de la vegetación ribereña y la contaminación de las aguas.

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El viajero escribe y calca sobre la documentación del antropólogo Ramón M. Álvarez, el hombre que más sabe en el mundo sobre la margaritana. Ha leído las cien páginas que recientemente publicó sobre la almeja en una revista de antropología. Ha visto sus generosos despliegues virtuales. Ha conversado con él sobre la extinción del mundo e, incluso, sobre el derecho del hombre a extinguirse: se olvida, le medio bromeó el viajero, que el hombre es un elemento de la naturaleza con los mismos derechos a intervenir en ella, al menos, que la margaritana. Álvarez es todo lo contrario que su animal: es joven y sin conchas. Un hombre que lucha por una almeja merece respeto, aunque sólo sea por su minimalismo.

El viajero está en Sástago. La margaritana encontró en este lugar, en los fondos de grava y arena del río, su mejor hábitat. La tradición indica que, al menos desde el siglo XVII, los artesanos de Sástago conocían el molusco y utilizaban su nácar iridiscente para el mango de sus mejores cuchillos. El río se despliega aquí en largos meandros. Es el triunfo de la lentitud y de la curva. De lejos, y bajo la luz potente del verano monegro, produce un sorprendente efecto de agua avanzando entre la ceniza. El río y la aridez discurren un largo trecho juntos, impasibles y sordos. Esta dialéctica pura debe de ser obra de la naturaleza, que es muy sabia.

De Sástago es el heredero de una larga dinastía de cuchilleros, los Liso. Dionisio cumplirá pronto los 60 y se vendrá a vivir aquí. Tiene a su cargo la armería más importante de Zaragoza, pero cree que le ha llegado la hora de ocuparse de la memoria. Tiene planes, y todos pasan por mostrar qué fue el cuchillo en la vida de Sástago y de su familia.

-El cuchillo ha cortado. Eso es lo que importa.

Al viajero le sorprende la rapidez del armero en afrontar el asunto por el lado que corta. Y la abrupta, aunque muy rigurosa, utilización del tiempo verbal. Ese 'ha cortado' se extiende hacia el pasado en busca de muchas generaciones, pero es evidente que la acción no ha acabado para el sujeto. En Sástago ya no hay margaritana. Hace años que la familia Liso dejó de utilizarla. El heredero guarda en algunas cajas restos de conchas rotas, inservibles, polvorientas. Por el contrario, la hoja de los cuchillos sigue afiladísima, no importa con qué mangos. Eso ha querido decir el armero.

-El temple se lo dábamos en aceite de ballena. Coger la temperatura era lo esencial. No todos sabían dársela.

Liso parecía un hombre honrado y triste. Cuando el viajero supo su apellido, sonrió para sí. Desde que se encaminó hasta Sástago en busca de la margaritana había estado jugando con los nombres y Liso le pareció una predestinación estimable para un cuchillero. Pero, observándolos mientras conversaban, el hombre y sus gestos le parecieron llenos de arrugas. El viajero puede correr ese tipo de riesgos. Es verdad que, como el viejo Cohen, ve la vida desde un coche en marcha; que se topa un rato, un par de horas, con gentes y cosas que nunca antes ha visto y que no volverá a ver jamás, y que es posible que luego hable de ellas con una superficialidad muy vasta. Pero la soberanía del viajero no puede despreciarse. Sólo un forastero, el que acaba de llegar, alguien no amilanado por la costumbre, es capaz de describir la impresión primera de un puerto, de una avenida, de un río entre los árboles. En su ciudad, el viajero conoció y trató a un amigo y fueron muchas las veces en que, hablando del viaje y de la vida, lamentó no haber podido recorrer nunca su rambla por primera vez.

Liso supone que el viajero va a preguntarle por su responsabilidad en la extinción de la almeja y se adelanta.

-La margaritana no desapareció de aquí porque nosotros la pescáramos demasiado. Durante muchos años, mientras el río fue de un lado a otro, hubo conchas. Luego el río se paró y las conchas empezaron a faltar.

Hay pocos detalles -'algo se dijo también / de una esquina y un cuchillo /, los años no dejan ver / el entrevero y el brillo'-, pero es seguro que Jacinto Chiclana murió asesinado a navaja por sus pares. El viajero lleva esta canción desde que entró en Sástago y quiere que Liso le cuente viejas historias de cuchillos. El armero anda ausente y cautivo. Hasta que el recuerdo, topo incansable, enciende la luz de una galería y la guardia civil entra en el casino de Sástago a detener a los hombres que lleven cuchillos. Pero los hombres, alertados, acaban de tirarlos por las ventanas, y en Sástago, aquella noche, las estrellas son de acero y nácar y todas han caído.

Navajas con nácar de margaritana en sus mangos.
Navajas con nácar de margaritana en sus mangos.JESÚS CISCAR

Sástago, donde el Ebro se riza

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