Cuando volví de Cuba...
Hace una semana volvía de un viaje de veintiún días por tierras de México y Cuba. Pasé cuatro días con sus noches en La Habana Centro, hospedada en casa de una familia cubana cuya única hija, amiga mía, vive exiliada en Europa desde hace ocho años. Fueron suficientes cuatro días para darme cuenta de la 'realidad' de ignorancia en la que vivimos todos con ese país. Existe la Cuba para los turistas -de lujo, sexo y playa, nada nuevo...- y la Cuba, que se palpa con los cinco sentidos, hospedada con cubanos -la miseria, el ostracismo y la sed de vivir libre-, y esa 'realidad' te golpea como una losa caliente, tan caliente como su clima y su gente. La que yo llamo cariñosamente 'mi otra familia', integrada por los padres de mi amiga y Miguel Ángel, un actor profesional de 35 años, culto, curioso y anticastrista, es una de las llamadas familias 'privilegiadas' de ese país, pues la hija, de vez en cuando y cuando puede, les hace un envío 'especial' consistente en un puñado de dólares y una maleta de materia básica: comida, medicinas y otras bagatelas de uso cotidiano -yo me encargué, por supuesto, de que recibieran el último envío-. Por este 'privilegio' han tenido que huir de su barrio de toda la vida, amenazados por sus vecinos, que, con menos 'suerte' que ellos, se mueren literalmente de hambre. Esta familia sufre en sus carnes la contradicción de estar separada de su hija por un océano; de vivir en una 'cárcel' rodeada de agua donde sobrevivir con cartillas de racionamiento y un sueldo de 30 dólares es la normalidad, eso sí, todos cultos y universitarios 'cazadores' hambrientos de noticias del exterior; de padecer con resignación el control del Estado; de luchar contra el acoso de sus antiguos convecinos... Pero pude constatar que, con poco y con nada, son felices en su tierra y de ser cubanos. Y yo, a los cuatro días, volví con la impotencia de no haber hecho nada por ellos y de haber disfrutado cuatro días de latido, en el corazón de La Habana, gracias a mi otra familia. Gracias, Marlene.-
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