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A LA MANERA de Carmen Rigalt | GENTE
Columna
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SARAOS

Consejos para asistir a un sarao veraniego sin sufrir una depresión. Lo primero: tomarse una garrafa de agua del Carmen antes de unirse a la procesión de los que, con falsa etiqueta casual wear, cumplen con el marrón del besamanos. Lo segundo: adoptar para con los invitados una actitud de científico interés, como si uno estuviera viendo un documental de La 2 sobre rituales de apareamiento, con sus rugidos y bailes incluidos.

El festorro sur mer exige, para el agnóstico, cierto distanciamiento y, más que ojo crítico, un ojal lo bastante holgado para que quepan en él la variedad de capullos a la vista. Socorridas sonrisas, tensiones faciales diseñadas como presas antiliftings y onomatopeyas pronunciadas con retintín de beneficiencia de Rastrillo ayudan a saltar de corrillo en corrillo, si me permiten el simétrico ripio.

Ya que no puede desaparecer, la saraóloga profesional debe vestirse con extrema discreción. Si como lógica reacción al dantesco espectáculo de tanta caspa asfaltada bajo toneladas de gomina, de tanto duque de lujo y tanto conde de la rebaja, siente la imperiosa necesidad de ulularle a la Luna y mudar en Mujer Loba, deberá contenerse y morderse la lengua. Por más veneno que se aloje en su alma viperina de cochina envidiosa, la toxicidad del entorno inocula su destructivo poder. Lo mejor: abrir mucho los ojos y admirarse de cuán bajo pueden caer los saraos en agosto, mucho más que en el resto del año, que ya es decir.

Nada debe sorprender a la escéptica cronista. Ni la hierática mudez de esas misses de sonrisa a piñón fijo que, desde la atalaya de sus alturas escandinavas, compensan la baja estatura de sus acompañantes, unos tipos rechonchos y, eso sí, tremendamente ricos. Ni esos abrazos tan masculinos entre próceres que parecen sacarse el polvo los unos a los otros, carcajeándose a mandíbula restaurada y batiente mientras, de reojo, comparan el calibre de sus relojes, la elasticidad de sus refajos y el pantone de sus bronceados.

Buscavidas dispuestos a vestirse de rocieros con tal de trepar en la escala social, gigolós endeudados hasta las depiladas cejas, meretrices en edad de merecer y diplomados en mundología por la prestigiosa Universidad de Joy Eslava producen un efecto mareante en la que suscribe, cansada y veterana cronista que, sin vivirlo ni beberlo, tiene, mal que le pese, que contarlo.

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