_
_
_
_
_
Entrevista:PEDRO VIDAL | Ayudante de dirección | LA ENTREVISTA DEL VERANO

'Orson Welles era una fuerza de la naturaleza'

Elegante a pesar de los tacos, hablando en tres idiomas y derrochando encanto, Pedro Vidal ha vivido una vida de película, triple y frenética, marcada por nombres como Orson Welles, Joseph L. Mankiewicz, David Lean y Nicholas Ray. Todo menos decir la edad y presumir: sólo habla de ellos, tanto que es muy difícil arrancarle una palabra sobre él mismo. Genio y figura, fumando un pitillo sin filtro tras otro, con ustedes el extrovertido y memorioso Pedro Vidal.

Pregunta. ¿Cómo se las arregló para conocer a esa gente?

Respuesta. Pues empecé Derecho y lo dejé en segundo porque no me importaba. Luego me puse a hacer crónicas de cine, no críticas, porque hacer críticas siempre implica algo de mala leche, de frustración. Y un día me fui a Cannes y allí estaba Orson Welles, que ganó ese año con Otello. Pero no me acuerdo de qué año por 'el tal Jaime'. O sea, el Alzheimer...

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

P. ¿Su padre qué era?

R. Rico por familia. Pero no me dejó un puto real. Ésa es la ventaja del cine, que son las vidas de otros, las desgracias de otros.

P. ¿Dónde nació?

R. En París, pero a los ocho años me llevaron a Barcelona.

P. ¿Y allí empezó a ir al cine?

R. Iba mucho a París porque me encantaban las francesas: es la mujer más importante. Me compraba un bocata, me metía en la Cinemateca y veía todo lo que echaran, hasta esas del Este con un tractor de protagonista.

P. Mejor hablamos de Welles.

R. Sí. Nos hicimos muy amiguetes. Nos gustaba mucho el jazz, la música brasileira y el flamenco. Una noche me dice: 'Voy a rodar Mr. Arkadin. ¿Quieres ser mi assistant?'. 'No conozco la técnica'. Y me contesta: 'Es muy fácil. Si eres muy estúpido tardas 15 minutos en aprenderla; si eres normal, 10 minutos'. Así que fui a ver. Era un monstruo, incluso iluminaba si hacía falta. Bourgoin, el iluminador de Renoir, un gran operador, se negó a iluminar un plano largo en Barcelona. Welles le dijo sit down y se puso él. Tardó cuatro horas, pero quedó espléndido. Y era un personaje cojonudo. Fuimos a Segovia, a localizar, le llevé a Cándido y se comió un cochinillo y medio. Bebía vino, whisky, fumaba puros. Decía: 'Los vagos somos una gente cojonuda, capaces de desplegar una actividad increíble'. Podía rodar tres días con sus noches: cuando decía I'm on the wagon sólo tomaba café. 37 al día.

P. Buenas curdas, entonces.

R. Buf. Una vez en Barcelona le presenté a una marroquí muy guapa que iba a hacer de princesa india. Muy cortita, gilipuertas. Orson desapareció dos días del rodaje. Al tercero voy al Ritz y me entero de que le ha pedido 25.000 pesetas al conserje. Pensé que estaría en La Macarena, un sitio golfísimo de flamenco, y fui para allá. Estaba cerrado, pero dentro se oía un ruido tremendo. Llamo y allí están: él, la princesa y todo el cuadro. Me dice: 'Dame dos horas, Pedro'. Y en dos horas estaba listo. Era una fuerza de la naturaleza.

P. ¿Y ésa fue su primera experiencia en el cine?

R. Sí, tenía 28 años y me envenené del cine, claro. Luego me llamó José Luis de la Serna para Orgullo y pasión, de Stanley Kramer, con Cary Grant, Sofía Loren y Frank Sinatra. Frank y yo nos hicimos muy amigos. Estaba chungo porque Ava estaba aquí y se acababan de separar. Se llevaban como el perro y el gato, tenían una relación amor/odio. En el hotel de El Escorial tirábamos las sillas a una foto de Franco, nos jugábamos la cárcel cada noche... Luego me llevó a Los Ángeles y me presentaba a todo el mundo, incluso a Kennedy, diciendo: This is Pedro, who saved my life in Spain.

P. ¿Y Ava Gardner? ¿Hacía honor a su leyenda?

R. Se tiraba todo lo que se movía, tout qui bouge, como decía Brigitte Bardot. Era alcohólica, y se cogía unos pedos galácticos. La gran borrachera de mi vida fue con ella. Fui a recogerla a su casa de Doctor Arce y me recibió con un cóctel que se había inventado: cogía una copa balón, echaba cuatro dedos de coñac, lo quemaba un poco y lo apagaba con champaña. De allí nos fuimos al Castellana Hilton, tomamos tres o cuatro dry martinis y nos fuimos a cenar al Méjico Lindo. Nos bebimos todo el tequila que había. Luego al Manolo Manzanilla. Cambio al whisky, que es más sano; ella mezclando los chatos con agua, que triplica el efecto. Por fin, a las doce de la mañana, llegamos a casa y dice: '¿Sabes qué tenemos que hacer ahora?'. Yo pensé que iba a decir 'follar', pero dice: 'Jugar al tenis'. 'No sólo no veo la pelota, sino que tampoco veo la raqueta', le digo. Pues se fue a jugar con el portero.

P. Supongo que estaría soltero en aquellos años.

R. Lo estaba hasta que me casé con una neoyorquina y tuve una hija, Alana. Se llama así porque fue concebida mientras rodábamos La hija de Ryan en Irlanda.

P. ¿Allí conoció a David Lean?

R. Bueno, ése era el paramount, el más grande. También hice con él Doctor Zhivago y Lawrence de Arabia. Es el único director que he conocido que controlaba la película desde las primeras palabras del proyecto hasta el final del montaje. Control absoluto. Tenía un negativo en la cabeza y lo positivaba al rodar. Sabía exactamente lo que quería, y nunca supeditaba la acción a la técnica. Primero hacía la puesta en escena y luego decidía dónde poner la cámara. Un fenómeno, muy meticuloso. Mientras rodaba sólo hablaba con cinco o seis personas. Estaba atento a todos los detalles, y tenía una visión... Para localizar en el desierto llevaba todo el circo detrás. De repente veía una reverberación y decía: '¡Cámara. Omar Sharif, al camello. Listos para rodar!'. Pero es que hacía lo mismo para sacarle fotos a su mujer: se iban al bosque, y si la luz no estaba como quería, recogía su Hasselblad y decía: 'Mañana volveremos'.

P. ¿Y qué tal se llevó con Robert Mitchum?

R. Rodamos la primera escena, la de la caracola, y salió un desastre. David no tenía química con Robert, pero nunca le oí decir a un actor una palabra más alta que otra. Así que me dijo: '¿Quieres dirigirlo tú?'. Bob era un cachondo que se metía de todo, así que cuando fui a su caravana para hablar con él estaba fumando una cachimba de coyote colombiano, una hierba prensada que era una bomba. Me pasó la pipa y enseguida conectamos. Le dije: '¿Hacemos la escena de la caracola otra vez?'. 'Ok'. Salimos, digo Ready, la hace y la borda. Años después, Lean decía: 'Todavía no entiendo cómo lo conseguiste'.

P. ¿Trabajó con españoles?

R. Lo más cercano fue en una coproducción francesa en la que estaba Sara Montiel.

P. Imagino que hace falta mucha mano izquierda para ser ayudante de tanto director genial.

R. Hace falta un poco de todo, pero sobre todo conocerlos bien. Cuando Audrey Hepburn se ofreció para hacer la Lara de Zhivago, le dije a Lean: 'Menuda bomba'. Y él dijo: 'Está muy mayor, necesitamos una joven de verdad'. Nos hablaron de Julie Christie, y la hizo venir para hacer una prueba. David era muy puntual, y cuando decía 'hacia las nueve', quería decir las nueve menos cinco. Christie llegó a las 9.45, y Lean estaba furioso: 'Es una maleducada'. Así que tuve que llevar yo la conversación toda la cena, él no abrió el pico. Hicimos la prueba y estuvo dos días sin hablarme. Pero cuando por fin vio la prueba, encendió un pitillo y me dijo: Thank you, Pedro, thank you very much. Otra vez me mandó a ver a Marlon Brando a Los Ángeles, a convencerle de que hiciera La hija de Ryan. Me recibió con el quimono y la coleta, pero no hubo manera. Sólo me dijo: 'No puedo hacerla, mis ex son unas hijas de puta y mis hijos me necesitan'.

P. ¿Y qué hizo después de dejar de ser ayudante?

R. Fui negro en algunos guiones, produje pelis como Cuatro cabalgan, con Sue Lyon, la que hizo Lolita. Malísima. Es que esta profesión siempre se mueve entre lo cutre y lo sublime. Elizabeth Taylor era un bicho...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_