NACIDOS PARA EL DIRECTO
Pendientes del viejo proyecto de actuar en Latinoamérica, el grupo murciano M-Clan recorre las carreteras españolas en una gira compuesta por 105 conciertos. Sus rabiosas actuaciones resumen el trabajo de uno de sus mejores años
El quinteto murciano M-Clan completa uno de los años más exitosos de su carrera con una larga gira española de 105 conciertos, más la posibilidad de abrir mercado por primera vez en Latinoamérica. El sábado pasado actuaron en las fiestas vitorianas de La Blanca ante una poblada audiencia que gozó de temas como Carolina, Maggie May o Llamando a la Tierra. Fue un triunfo más para un grupo en cuya furgoneta debería figurar escrita la leyenda 'Nacidos para tocar en directo'.
Carlos Tarque, cantante de 31 años; Ricardo Ruipérez y Santiago Campillo, guitarristas de 33 y 35 años, respectivamente; Pascual Saura, bajista de 40 años, y Juan Antonio Otero, batería de 37, sobrellevan con disciplina y resignación el hecho de trazar más rutas sobre el mapa de España que el operador turístico más ocupado. Llevan haciéndolo juntos algo más de una década y saben como nadie qué hacer para ahorrar el máximo de fuerzas posibles y lucir en el rutilante momento de la actuación ese aspecto de rockeros de edad indeterminada que tanto alivia a los músicos, siempre narcisos, que han superado la veintena.
El grupo, que hoy actúa en Torre del Mar (Málaga), viaja en una Renault Espace de ocho plazas en la que encuentran acomodo exclusivamente los miembros del grupo. El resto del equipo, hasta 25 personas entre músicos y técnicos, lo hace en un tráiler, un camión y un minibús. Siempre llegan antes que la banda y les liberan de una de las clásicas pesadillas de los grupos en gira: las pruebas de sonido, que suelen realizarse por la tarde y roban todo el tiempo al descanso. M-Clan, en cambio, viajan directamente hasta el hotel de la localidad en la que tocan y procuran reposar más o menos hasta la hora de actuar. Este descanso sólo se ve interrumpido por las obligadas entrevistas y fotos solicitadas por los medios de comunicación locales. Durante el viaje da tiempo a entrevistas por teléfono, escuchar el sonido del blues e incluso repasar actuaciones anteriores grabadas para determinar entre todos los fallos y sus soluciones.
La banda ha decidido prescindir de dos figuras clásicas del rock en carretera: el road manager -representante en ruta- y el conductor, 'uno que tuvimos casi nos mata en un accidente'. Ricardo asume las funciones de conducir y pagar las facturas. Al pararse a comer, revelan su condición de gourmets, atizándose unas alubias blancas que, francamente, no parecen lo más apropiado para viajar en furgoneta, pero proporcionan energía suficiente para equilibrar la falta de sueño.
La llegada a Vitoria es a las cinco de la tarde. El grupo no llega con cuerpo de jota. El día anterior tocaron en La Roda, provincia de Albacete, y al día siguiente lo harán en Vigo. Tras cada actuación siempre surge la oportunidad de irse un rato de juerga con los admiradores de cada sitio, así que el tiempo para la siesta es preciado oro. El campeón del sueño en este grupo es Santiago Campillo, al que conviene dejarle dormir lo que quiera para que luego rinda con su guitarra en condiciones.
El fin de la siesta coincide con la hora de cenar, pero esta vez hay menos suerte a la hora de elegir qué en la comida. Vitoria en fiestas vive un overbooking de clientela en hostelería, así que no hay más remedio que acudir a los platos combinados en la cafetería Ibiza y los huevos fritos, las ensaladas y los filetes serán el combustible del esfuerzo final. El camerino es un piso vacío situado enfrente del escenario, en la plaza de los Fueros. Allí se encuentra el catering más escueto jamás visto en un grupo de rock: pizzas, refrescos, cervezas y alguna botella de alcohol duro. Mientras llega el momento de salir a tocar, el grupo comenta su futuro inmediato: una grabación en directo de sus conciertos en septiembre y el proyectado viaje para actuar en Argentina, Chile, Colombia y México, en donde comenzarán a editarse sus discos. España se les queda ya pequeña.
Más eléctricos que 'sin enchufe'
Aunque su último disco, Sin enchufe, del que han vendido ya más de 150.000 copias, es una revisión desenchufada de sus éxitos y de algunas versiones archiconocidas, les ha abierto una vía más acústica y comercial. M-Clan son un grupo de tintes eléctricos y a eso apelan en el directo. Cerca de 8.000 vitorianos les contemplaron y la banda salió a ganárselos desde el primer compás del Paint in Black de los Stones. En el público, multitud de caras juveniles, sin duda atraídas por éxitos radiofónicos más asequibles del grupo, como Carolina o Llamando a la Tierra, hispanizada recreación del Serenade de la Steve Miller Band. M-Clan van reforzados con dos coristas, un teclista y un percusionista y su esquema en vivo es claro, marchoso e ideal para quienes quieren disfrutar de buenas canciones, sin más, en una noche de fiesta estival. Carlos Tarque, el cantante, reivindica con sus piruetas, bailes e invitaciones a la participación del público, la figura del front man en el rock, algo olvidada en los 90, década en la que los solistas se escondían tras una guitarra y no paraban de mirarse los pies cuando cantaban. En esta materia, Tarque sintoniza más con Steven Tyler de Aerosmith, Chris Robinson de Black Crowes o el divino Rod Stewart de la época del disco Atlantic Crossing. Además, las guitarras sureñas, el sonido abrasivo del órgano hammond y una sección rítmica de sonidos humanos realzan esa impresión de sonido de rock de los años 70, que tanto se anhelaba y tan alejado estaba de la España de aquella época. Sin embargo, M-Clan juegan sus cartas con éxitos asimilables por el público de 2001 y decantan la partida a su favor con Vuelve, Souvenirs o Los periódicos de mañana. Tras el concierto y los dos bises de regalo, los vitorianos les despidieron cantándoles a ellos la copla emblemática de las fiestas: 'Celedón se ha hecho una casa nueva. Celedón, con ventana y balcón'. Eso, según un nativo, es señal de que el público se lo ha pasado bien.
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