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Columna
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Tierra

Abrasaba el estío la tierra y, escaldada, paría. Los mercaderes del templo de la globalización la urbanizan, calcinándola, y los matadores del vital verde, la incineran; así, socarrada, la esterilizan. Caliente, creaba exuberantes melones, símbolo de fertilidad, vulvares almendras exorcizadas como místicas mandorlas, higos de la fecundidad, tan sugerentes como cohombros o berenjenas; llenaba las casas de tan pródiga diversidad que agosto sentó plaza como sinónimo de abundancia y provechoso negocio. La cubría el cielo, y la preñaba con la gracia de la lluvia y el encanto del ardor solar; un eterno idilio entre Gaia y Urano, el misterio de una diosa virgen y, a la vez, madre engendradora de la vida y fuerza nutricia inextinguible, la matria universal.

La 'terra amorosa' es la que se deja trabajar. Y, cultivar -del latín colere, la misma raíz de cosecha, cultura y culto- poseía la fuerza mágica del erotismo con la reja fálica arando femeninos surcos, donde germinaban las simientes. No es raro que la Luna, reguladora de los periodos fértiles y estériles de la mujer, indicara a los labradores los tiempos venturosos o desgraciados de las siembras y las colectas.

Las rondallas la imaginaron como un organismo vivo con pechos como montañas y úteros como valles, de cuyas maravillosas cuevas surgían los niños como lejano eco, a nivel rústico, de la ideal y elitista caverna platónica y postrer reflejo de la universal creencia en una humanidad nacida, tras un mítico tiempo fetal en el vientre de la tierra. Quizás por ello la tierra bajo tierra se pobló, desde los orígenes, de santuarios de diosas madre, fue habitada por númenes y encantadas y guardaba fantásticos tesoros, como hasta hace 104 años la prodigiosa Dama de Elx exilada. Quizás por ello, después de anhelar otras tierras de fábula y utopía o de vagar sin tierra, desterrado, se retorna a la propia tierra, a un prometido paraíso enterrado en el seno de la tierra madre. Somos barro primigenio, somos tierra y terreamos, y volvemos a la tierra, aunque, según Ausiàs March, 'lo cos terreny deçà vol romandre'.

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