Y van tres
No se sabe aún si el rito cumplirá su quinto aniversario, como con los supergrandes -Anquetil, Merckx, Hinault e Indurain-, pero el estadounidense Lance Armstrong acaba de anotarse su tercer Tour consecutivo, y a sus 29 años el motor a reacción que aloja entre los riñones y el calcañar amenaza con igualar y quién sabe si superar el récord del ciclista navarro. A nadie que ame el deporte debe inquietarle; la amenaza no es para el ciclismo español, sólo para el récord, y eso es óptimo para la práctica deportiva. Hay pocas cosas más enaltecedoras que el espectáculo del ser humano en pugna consigo mismo.
No faltan, sin embargo, quienes han de encontrarle a todo un pero. La dirección del Tour ha dejado caer que no sólo hay que ser un gran campeón, sino parecerlo; hay que ser simpático, accesible y hablar francés. Bueno, nadie está obligado a ser la alegría de la huerta, y muchos son los aficionados que encuentran a Armstrong grato, próximo y de encanto discretamente contagioso. El corredor que, visiblemente, no disputó los últimos metros al alemán Jan Ullrich, en Luz Ardiden, dándole la mano en señal de camaradería y respeto al cruzar la meta, no podía ser exactamente un ogro. Y todavía es joven para aprender idiomas.
Este Tour que se pareció tanto a los dos anteriores fue para los españoles virtualmente idéntico al del año pasado. El alavés Joseba Beloki volvió a ser tercero -como Ullrich segundo- y hubo otros tres nacionales entre los 10 primeros (Galdeano, Sevilla y Serrano), a los que aún cabría sumar un español ad honórem, el colombiano Fernando Botero. Y ése es el ciclismo español de comienzos del siglo XXI; un excelente nivel medio, el más alto de lejos entre los de solera, pero carente de una gran figura. Lleno de buenos corredores que dominan todas las especialidades, pero no señorean ninguna. El heredero español de Indurain está aún por llegar, entre otras cosas porque ese puesto lo ocupa, hoy por hoy, indiscutiblemente, Lance Armstrong.
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