La China de Mao
Una relación intensa con el mundo oriental depara momentos 'zen', como los recuerdos del flan chino El Mandarín, y vivencias inolvidables, como la ópera china
MI RELACIÓN CON el mundo oriental ha sido siempre muy intensa: esos días de infancia comiendo flan chino El Mandarín. Se me eriza el vello al recordar. Me dan ganas de tararear la canción del Nescafé. Esto me trae a la cabeza que el otro día, en el restaurante chino-japonés Janatomo, tuve al lado al director de cine Víctor Erice, que, según me contó nosequién, fue el realizador del anuncio del tan entrañable Nescafé. Me dieron ganas de decirle a Erice, de mesa a mesa, que le admiro, o de hacerle una gracia que les hacía a los niños cuando eran pequeños y les daba mucha risa: ponerme los palillos en los agujeros de la nariz y quedarme tan seria. Pero los mismos niños, ya burdos adolescentes, me pidieron que no lo hiciera, que ellos llevaban ya muchos años riéndose por compromiso. Conste que no es una gracia mía, es algo que hace Fétido, mi personaje favorito de la familia Addams.
Sigo con mi estrecho lazo con Oriente: en la ciudad de Los Ángeles, California, en un viaje que hice a costa del cine español, un chino me salvó de hacer el ridículo en Sunset Boulevard. Salí supramaqueada de mi habitación para encaminarme, junto a la gran Maura y a la González-Sinde, al cine donde habíamos de dejar bien alto el pabellón, me monté en el ascensor y saludé a un chino que iba dentro, y de pronto noté que dicho chino me ponía las manos en el culo y me recorría toda la espalda con una rapidez y una delicadeza sumamente orientales. Me volví con ánimo de darle la galla que se merece todo chino cuando se sobrepasa, y entonces el chino va y me explica algo en inglés, pero entre que él hablaba inglés como los chinos y yo tengo el oído como los españoles, me quedé como estaba. Por fin, le comprendí: aquel chino me había subido la cremallera del vestido. Aquel chino me había visto hasta la goma de las bragas. Era un chino bueno y por ello le di las gracias. Y luego se lo conté a la Maura, que siempre me mira como si no me creyera nada de lo que digo. Me la encontré no hace mucho en un estreno y me dijo que pocos hombres españoles serían capaces de aguantarme y que por eso admiraba cada día más a mi santo. Soy consciente de que gracias a estas columnas le estoy convirtiendo en uno de los hombres más deseados de España. También me dijo la Maura que me invento todo. No es verdad, yo no me invento nada.
Que se lo pregunten a Alberto de la Hera, director general de Actividades Religiosas, que me agradeció el otro día por teléfono que desde que saqué en esta columna que hay curas que se toman el horario de confesión a la torera, el párroco los ha puesto más tiesos que una vela. Mi teléfono no aparece en la guía telefónica, pero Concha Barral (santa de Haro), que es una lianta, se lo proporcionó al señor Alberto. Así que si alguno de ustedes quiere mi teléfono, que llame a Concha Barral. Conste que no me importa, porque le pienso sacar mucho jugo a esta amistad seudorreligiosa. Por ejemplo, no sé si esta dirección general tendrá algún tipo de museo temático, pero le quiero pedir una de aquellas huchas del Domund con un chinito pintado.
A mí siempre me ha tirado lo oriental. Bicoca y yo nos compramos hace nada un quimono en Sybilla, entre otras cosas porque era lo único que me entraba de la ropa de Sybilla, que es apta para tipos japoneses, como el de Verónica Forqué, o tipos palo, como el de Marisa Paredes, pero no para el mío, que es como más nacional, más María del Monte, por poner un poner. Bicoca, tiene el tipo que se le antoja, porque ella es la reina de la estética. Este verano se ha quitado los pechos que se puso en aquellos tiempos en que era mítica la historia de que a la Obregón le habían explotado las peras en un avión del Pont Aeri y le había tenido que hacer el boca a boca un piloto del SEPLA. Envidia española.
Dado mi conocido amor a Oriente, el yoga chikun, lo zen, el té verde como antioxidante, los brotes de soja para la premenopausia y el quimono de Sibylla, Bicoca me sacó unas entradas para la ópera china. Luego me repasó que le había costado cada una 6.000 pelas. La cosa consistía en que salía una china con una especie de bandurria china (de bandulia, ja ja) cantando como un gatillo en celo una melodía que uno no sabía ni dónde estaba el estribillo (y lo peor) ni cuándo se acabaría. Luego salían unas chinitas que bailaban muy lento, en plan simbólico, y yo me fui cayendo sobre el hombro de Bicoca, y su cabeza cayó sobre la mía, y las dos vivimos un momento verdaderamente zen, y cuando la luz se hizo, una hora después, y el aplauso arreció, estuvimos de acuerdo, al despertar, en que había sido un espectáculo memorable y 6.000 pelas muy bien gastadas.
Cuando volví a casa, mi santo también estaba viviendo, a su modo, un momento chino. Leía La vida privada del presidente Mao, escrito por el médico del dirigente. Me informó del contenido: que si Mao era un guarro, que si no se lavaba jamás, que si se acostaba con niñas porque creía que eso le devolvía la juventud... En el aire sonaba un disco que yo le regalé de nuestro Pepe el de la Matrona, que se arrancó de pronto con la siguiente copla: 'La mujer que quiere a un chino/es que no tiene amor propio/porque el chino fuma opio/ y molesta a los vecinos'. Fue un momento mágico. Bicoca lo hubiera calificado de 'multicultural de la muerte'.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.